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Saetas turolenses

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Javier Silvestre

Sigo quedándome ojiplático con la Semana Santa turolense. La nuestra, la de Teruel capital. Ya sé que esta columna puede molestar a los de siempre, pero no puedo evitar sentir cierto sonrojo viendo los inventos con los que edulcorarmos una fiesta que cada vez se aleja más de sus raíces para convertirse en un escaparate para turistas. Parecemos el Fitur de la fe.

Este miércoles Santo, la cantante Sara Serena interpretaba una saeta ante el encuentro de Jesús Nazareno y la Virgen. No tengo absolutamente nada que decir sobre la maravillosa voz de esta jovencísima turolense. Pero, ¿en serio tenemos que cantar una saeta en Teruel? Es como si uno se va a la Semana Santa de Sevilla y se ponen a bailar una jota ante una cofradía. Más de uno se preguntaría: “¡¿Pero qué están haciendo?!”

Pues eso mismo me ha pasado a mí. Ya hace años me llamaba la atención que se bailasen los pasos en la plaza del Torico, o que se le cantase una jota a la Virgen. Digamos que, tras el shock inicial, incluso he llegado a asimilarlo y verlo con buenos ojos. Pero, ¿una saeta? La imagen que se ofreció a propios y extraños fue bastante curiosa: la muchacha, ataviada con túnica, cara descubierta y micrófono preparado; y a su lado, un cofrade con un tambor que marcaba el ritmo.

Empezaba la saeta con esta estrofa: “Dice una voz popular/  "¿Quién me presta una escalera para subir al madero? Para quitarle los clavos a Jesús, el Nazareno" / Oh, oh, la saeta al cantar / Al Cristo de los gitanos / Siempre con sangre en las manos / Siempre por desenclavar”. Por un momento he pensado que quizás en Teruel teníamos un Cristo de los gitanos, pero resulta que no. Además de Sevilla y Madrid, hay uno en Huesca. Pero en nuestra ciudad, como mucho, tenemos la Cuesta de los gitanos. Pero poco más.

Sigue la saeta diciendo: “Cantar del pueblo andaluz / Que todas las primaveras / Anda pidiendo escaleras / Para subir a la cruz”. Y claro, encontrarse con semejante estrofa en la plaza de la Catedral de Teruel, como mínimo, me provoca extrañeza… De no ser que en la lucha por los límites provinciales, a alguien se le haya ido la mano, y haya subido la provincia de Jaen hasta Riodeva (engullendo a Albacete y Cuenca).

Insisto, un año más: intentar rellenar nuestra Semana Santa con tradiciones importadas de fuera es asunto arriesgado. Es lo más parecido a viajar a cualquier capital europea y encontrarse con un Zara. Cuando un turista viaja pretende encontrarse lo auténtico del lugar, no copias de aquello que es propio de otros lares.

Yo he salido tocando el tambor en Alcañiz desde que tengo uso de razón. Lo toco francamente mal. Pero hacerlo es una tradición familiar; va más allá, si me apuran, incluso de un sentimiento religioso. Es un acto de reunión con los míos, un recuerdo de los que ya no están y nos inculcaron esta tradición, un emocionarse viendo que las calles se visten de un manto azul de personas que, como yo, vuelven a su otra casa durante unos días para sentir ese arraigo que han mamado desde niños.

Y es eso lo que, a mi entender, hace auténtica la Semana Santa del Bajo Aragón: que mantiene su esencia. Teruel capital tiene estos días un sinfín de atractivos que ya son únicos. Es cierto que ha incorporado algunas novedades que pueden ser llamativas, pero que son perfectamente compatibles con nuestras tradiciones. Pero lo de la saeta… lo siento, no se lo compro.

No dudo de que los organizadores habrán actuado de buena fe. Aunque creo que se equivocan. Primero porque desconocen absolutamente el por qué en Andalucía se cantan saetas; segundo porque incorporan un elemento extraño a nuestra tradición; y tercero porque cosifican un sentimiento religioso para intentar obtener un rédito que se nos puede volver en contra.

¿Por qué no enrollamos un periódico y cantamos una plegaria antes del ensogado de la Vaquilla? ¿Por qué no entonamos el himno de Verona antes de que Isabel se desplome sobre Diego? Pues eso.