Síguenos
Jotas Jotas
banner click 244 banner 244
Víctor Guiu

A los pocos meses de nacer mi hijo Manuel nos juntamos en la cochera de la Isaura a celebrar la llegada de un nuevo Guiu a este mundo globalimbecilizado. Allí hicimos el almuerzovermucomidameriendacenarecena clásico para estos festejos donde todo es alegría, exaltación de la amistad y, por supuesto, hasta no hace mucho, cantos regionales.

Y subrayo lo de hasta no hace mucho porque eso del folklore patrio, agente socializador durante siglos, está con esta nueva sociedad de in-móvil-istas del celular de capa caída.

Ya no culpo a nadie. Ya casi me da igual mientras me quede una taberna que rondar y cuatro amigos con los que hacer terapia grupal. Pero hay veces que hablas de según qué cosas y te miran hasta raro.

Volviendo a la fiesta, que me desconcentro. Las hijas de la Isaura, que entonces cantaban, me preguntaron dónde me había aprendido tantas canciones, que a qué escuela había ido. Yo las miré con algo de incredulidad y, riendo con malicia, les dije que yo aprender, aprender, había aprendido en el bar de mi padre y en los almuerzos con los rosarieros y los amigos en la peña.

Ahora la jota es una extraescolar, como el judo. Difícil querer y sentir lo propio si equiparamos lo nuestro al patinaje. Por no hablar de que las escuelas de jota olvidan demasiado pronto los orígenes y la gran riqueza del folklore, que no solo se queda ahí, rozando la pesadez. Hoy el folklore es producto. Le pasa lo mismo que al tambor, que de eso hablo ya otro día porque deberían haberlo patentado en Híjar y en Alcañiz y no veríamos a tanto pueblo tocando que da verdaderamente por el saco.

La cultura popular era una cultura abierta, que nos servía como instrumento socializador. Era del pueblo y para el pueblo, pues la construía el pueblo. Ahora todo es cartel, escuela, encuentro y concurso. En algún momento el medio rural, que tanto critica a lo urbano, quiso parecerse demasiado a él.

Mientras tanto, nadie conoce a nadie. Y la gente acaba creyendo, con telejota a la cabeza, que solo esos que se disfrazan de cuando en cuando encima del escenario, representan el Aragón popular. Canto una yo por lo bajo/ ojalá que no me oigan/ no sea que algún purista/ me diga lo mal que canto.