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Reciclaje

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Fernando Arnau

Rebuscó con sus amigos de la infancia en los peculiares basureros del Pont de Ferro y de los Lavaderos “del pueblo”, donde los bares arrojaban los naipes viejos.
Empezó aprovechando las herramientas y trastos de su bisabuelo, un octogenario mañoso que lo abandonó con algo menos de cuatro años. De aquella herencia, las humildes herramientas de carpintero guardadas en un viejo y robusto cajón de munición, salieron juguetes sencillos que adorábamos los amigos de aquel solitario que a nosotros no nos lo parecía ni tampoco él tenía esta impresión.
Sin darse cuenta estaba comiendo con los masoveros, que traían a la escuela por la mañana y devolvían por la tarde a sus padres, y al poco, porque el tiempo vuela, lo hacía en los comedores universitarios de la calle Urgel de Barcelona.
El solitario volvió a serlo después de años de matrimonio casi convencional; compartía su tiempo con un familiar soltero y solo en la vida que no soportaría terminar sus días en una residencia, y tantas otras cosas distintas de las que una persona ha estado tan acostumbrada a hacer durante toda su vida que ya no puede hacerla de otro modo. O así nos lo parece a los demás.
El solitario tiene una mascota que no podía estar en una casa con horarios diabólicos y dos personitas maravillosas que reclamaban infinita atención.
Una jubilación extraña para un ingeniero nuclear. Un futuro, tal vez inexistente, lleno de posibilidades y de aficiones erráticas, abandonadas, pero suplidas por otras para las que siempre será un autodidacta…
Así puede entenderse que la vida tiene un encanto superior, cuando uno se conforma con aprovechar los desperdicios que nadie quiere utilizar. Sin embargo, lo que el viejo solitario tuvo ayer con toda naturalidad vuelve a serlo. Ciudades enteras reciclan una y otra vez, viven de los desperdicios, de los trastos rotos, de basureros que ni siquiera llegan a tener estatus de tales. Y, las más de las veces, con las herramientas olvidadas por una sociedad cuya velocidad le es ajena.
Mi solitario empezó jugando con los desperdicios, y está a punto de degustar las maravillas de lo que algunos llaman la economía circular. Vuelta a empezar.