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Artículo de la profesora universitaria Adriana Jiménez-Muro: "Los padres hacemos lo que podemos"

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Por Adriana Jiménez-Muro

(Profesor Ayudante Doctor. Facultad de Ciencias Sociales y Humanas. Área de Personalidad, Evaluación y Tratamiento Psicológico Dpto. Psicología y Sociología. Universidad de Zaragoza)

Todos tenemos asuntos personales sin resolver. Todos tenemos aspectos de nuestra vida que nos hacen daño, pero procuramos no pensar en ello, porque nos duele. La memoria condiciona lo que somos. Los últimos estudios al respecto demuestran como las experiencias personales siguen cambiando las conexiones entre las distintas neuronas y, en consecuencia, configurando el cerebro a lo largo de la vida. Éste está diseñado para establecer las bases generales necesarias para un desarrollo normal, mientras que somos nosotros quienes tenemos que proporcionar las correspondientes experiencias reflexivas. Los seres humanos tenemos nuestras propias historias, narraciones de las experiencias que forman nuestra vida personal y que nos permiten profundizar en el conocimiento de nosotros mismos. Tal vez haya experiencias en nuestra infancia a las que no hemos podido encontrar ningún sentido en su momento porque no dispusimos de los medios necesarios o de la ayuda de un adulto para poder integrarlas adecuadamente. Desde el principio de la vida, nuestra mente intenta dar sentido al mundo y regular sus estados emocionales internos a través de la relación entre padres e hijos. Pero, ¿y si un padre o una madre no tiene su vida personal “ordenada” ?, ¿y si tiene asuntos pendientes sin resolver?, ¿y si tiene episodios pasados, o incluso presentes, mal integrados a nivel cerebral?, ¿cómo puede afectar a nuestros hijos nuestra propia historia vital?.

El sentido que damos a nuestras experiencias infantiles ejerce una profunda influencia en la educación que reciben nuestros hijos. De ese modo, cuanto más profunda es la comprensión que tenemos de nosotros mismos, más profunda y eficaz es la relación que mantenemos con ellos. En la medida en que nos desarrollamos y vamos conociéndonos más, estamos en mejores condiciones de brindar a nuestros hijos un colchón de seguridad y de bienestar emocional que le lleve a crecer adecuadamente. Las investigaciones en el campo de las relaciones entre padres e hijos evidencian que la seguridad del apego que los niños experimentan hacia sus progenitores está relacionada directamente con las experiencias infantiles de estos últimos. Sin embargo, al contrario de lo que creen muchas personas, nuestras experiencias infantiles no determinan completamente nuestra existencia posterior. Por mucho que hayamos tenido una infancia difícil, si logramos dar sentido a nuestras experiencias, no estaremos condenados a repetir las mismas interacciones negativas con nuestros hijos. Pero en ausencia de esa comprensión, hay muchas probabilidades de que la historia se repita y que las pautas familiares negativas se transmitan de generación en generación.

Aun así, aunque podamos conocernos bastante bien a nosotros mismos, son nuestros hijos quienes han de llevar a cabo su propio viaje. Por más profunda que pueda ser nuestra autocomprensión, tampoco está garantizado el éxito. Las investigaciones realizadas en ese sentido sugieren que los niños que establecen conexiones positivas en su infancia cuentan con una fuente de resistencia adicional para afrontar los retos de la vida.

Nadie ha disfrutado de una infancia perfecta. Sin embargo, incluso las personas que han tenido experiencias pasadas horribles pueden llegar a resolverlas y mantener unas relaciones satisfactorias con sus hijos. Los padres que no tuvieron unos buenos padres o que atravesaron circunstancias traumáticas pueden dar sentido a esas experiencias y establecer unas relaciones sanas. Lo más importante, desde el punto de vista de nuestros hijos, no es lo que nos sucedió en el pasado, sino la manera en la que hemos asimilado esos eventos.

Si nuestra experiencia interna nos impide conectar con nuestros hijos, entonces, nuestras experiencias emocionales más intensas pueden desencadenar en ellos la emergencia de un estado emocional defensivo. Y lo que sucede es que la relación se rompe y cada persona acaba aislada en su propio mundo interior, sintiéndose sola y desconectada. La soledad y la desconexión hacen que los niños experimenten temor e inquietud y su reacción suele ser la de inhibición o la agresividad. Entonces, toda nuestra atención como padres, se centra en su conducta externa, lo que sumado a nuestra propia sensación de desconexión puede impedir que hagamos un intento serio de reconectar con ellos.

Todos los días desperdiciamos oportunidades para establecer una autentica conexión con nuestros hijos porque, en lugar de escuchar y reaccionar adecuadamente, les respondemos teniendo en cuenta tan solo nuestros propios puntos de vista y, en consecuencia, no podemos conectar con sus vivencias. Cuando nuestros hijos nos dicen qué piensan y cómo se sienten, es muy importante que sepamos respetar su experiencia, aunque no la compartamos absolutamente. Cuando aparece una incompatibilidad entre la necesidad de conexión de los niños y la respuesta indiferente de los adultos importantes para ellos, los niños se sienten aislados y solos. Cuando los niños se ven embargados por intensas emociones, necesitan más conexión. Y, en esos momentos de mayor necesidad, son muy vulnerables a la insensibilidad.

Para terminar, los padres hacemos lo que podemos con nuestra vida y procuramos hacer lo mejor en relación con la de nuestros hijos. Si, en algún momento, sentimos que algo falla, quizás el problema esté en nosotros y no en nuestros hijos. Si, además, percibimos que no podemos resolverlo solos y que el funcionamiento familiar está siendo comprometido, deberíamos plantearnos pedir ayuda externa especializada. Considero que todos sabemos cuándo debemos pedir ayuda a un profesional. Y si, aun así, todo va mal, no perdamos de vista que las relaciones de cariño y de protección facilitan el desarrollo, ayudando a dar sentido a la propia vida y a alcanzar el funcionamiento reflexivo e integrado que solo puede emerger a partir de apegos seguros. Y siempre existe una esperanza y una posibilidad para el cambio. Si no es ahora, será más adelante.