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Berge 1992

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Esta semana se han cumplido 25 años de la inauguración de los Juegos Olímpicos de Barcelona. Un cuarto de siglo que ha pasado así, como un soplido, casi sin darnos cuenta. Me acuerdo perfectamente dónde estaba y con quién en la ceremonia de inauguración. Tenía 16 años y en ese momento las Olimpiadas eran algo secundario. Mi verano se componía de otras cosas importantes como pasar ratos con los amigos desafiando al tiempo, que parecía que se detenía en esas largas tardes de pipas y charradas. Esa tarde estábamos en un bar, que ya lleva muchos años cerrado, viendo cómo desfilaban y hablando de todo lo que se habla cuando se tienen 16 años, que es el futuro, los planes de hacer cosas y los recuerdos de momentos buenos, pasados probablemente con la misma gente con la que se están rememorando. Para España esas olimpiadas supusieron una gran subida de la autoestima y no solo por las medallas que se lograron, un número del que tampoco había precedentes.  Mientras, nosotros alternábamos los logros de los atletas, de la mayor parte de los cuales no habíamos oído siquiera el nombre hasta ese momento, con nuestras historias personales, que en esa época también suponían grandes hazañas aunque no precisamente en el ámbito deportivo. Eran tiempos en los que volábamos al viento de la espuma del mar del Ultimo de la Fila y mezclábamos sus ritmos con otros menos suaves como Barricada, Celtas Cortos o los de las fiestas de los pueblos, porque empezamos por aquel entonces a recorrerlas. Las teníamos todas controladas y sin necesidad de tener una app para el móvil. Estaban en nuestra memoria, incluso con valoraciones de los usuarios, que eran los mayores –vamos, los que tenían dos o tres años más que nosotros y podían comparar­–. Hoy le quitas el móvil a un chaval de 16 años y le haces polvo. Nosotros no teníamos móvil ni videojuegos pero sí una barca con la que navegar por el pantano y muchas horas libres para pasarlas juntos. Sabíamos donde estaba todo el mundo en cualquier momento. Nos locálizabamos fácilmente, sin GPS ni nada. Ahora no sabría explica cómo.