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El día que Gea se quedó vacío El día que Gea se quedó vacío
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El día que Gea se quedó vacío

Bajo un sol de justicia, como el que el pasado fin de semana azotó Gea de Albarracín, el 20 de agosto de 1610 salieron expulsados del pueblo más de 2.000 moriscos, cristianos convertidos por la fuerza varias generaciones antes pero que nunca habían abandonado su fe.

Con lo que habían podido reunir en tres días marcharon el día de San Bernardo, que desde entonces es el patrón de Gea, y dejaban tras de sí un pueblo que de tener 2.500 habitantes poco antes se quedó en 100. Poco a poco se fue repoblando con gentes del norte, de donde proceden los actuales apellidos Navarro, Isarría o Laguía, aunque no pudieron evitar que una enorme crisis económica sacudiera el pueblo, sin campesinos, sin mano de obra y con las infraestructuras de riego abandonadas a su suerte.

Fue un desastre sin paliativos del que casi nadie salió ganando, que marcó el destino posterior de Gea y el de otros muchos pueblos, y que este fin de semana, por octavo año consecutivo, la asociación El Solanar de Gea recuerda con una recreación que pretende hacer presente la historia y también encender las conciencias sobre la integración y la multiculturalidad.

Han sido tres días de actos, conferencias, y pequeñas recreaciones teatrales que culminaron con la escenificación central, ayer domingo, en la que un desalmado comisario Mejía humilló por última vez a los moriscos antes de obligarles a que marcharan para siempre camino de Bezas hacia el puerto de Los Alfaques en Tarragona –o quizá Sagunto, según señala el historiador Paco Cantos en sus últimas investigaciones–, y de ahí a Berbería.

Unos 27 actores, algunos pertenecientes al grupo?Albishara, participaron en ella durante la mañana de ayer, tomando el camino de Bezas y perdiéndose más allá del lavadero, con los tristes sones de algunos de los componentes de la Banda de Gea.

Este año se han estrenado obras nuevas, excepto esta de la expulsión de ayer, con textos de Javier Aviñó. Basándose en las investigaciones de Cantos, este geano ha escrito siete pequeñas representaciones que se escenificaron el viernes y el sábado en diferentes puntos del pueblo.

“Son episodios que pudieron ocurrir, costumbristas, y recreaciones de otros que realmente tuvieron lugar, según las fuentes históricas”, explica Aviñó.

Escenas que cuentan el drama humano que debió darse aquella canícula de 1610. Como cuando se leyó el edicto emanado por la corte de Felipe III obligando a todos los moriscos a abandonar el pueblo con lo que pudieran reunir en tres días, o cuando María Hezibi, con la falsa promesa de salvarse, delató ante el párroco a varias personas que, siendo oficialmente cristianas, seguían practicando el rito árabe, y el auto de la Inquisición al que dio lugar cuenta como tras la defunción, lavaban al muerto al modo árabe, con linos húmedos, bien afeitado y devolviendo el agua utilizada al río cuando nadie miraba.

La realidad es que todos los moriscos seguían con su vida árabe, entre otras cosas porque en Gea, a diferencia de otros lugares, suponían “el 97% de la poblacion”, según Cantos. La única diferencia desde su conversión obligada al catolicismo, en 1526, era que debían pagar impuestos a la Iglesia y que, para su desgracia, estaban nominalmente bajo la jurisdicción de la Santa Inquisición.

Otra escena recreó el pequeño tumulto que se dio cuando Lope el de la Paridera, personaje histórico que fue guardia de la cárcel de Gea, fue denunciado por un guarda de Cella que le vio matar un ciervo al modo morisco, con degüello y desangrado; y una de las más dramáticas fue la que interpretaba el propio autor, Javier Aviñó, en la piel de un morisco que debía abandonar Gea con su hijo, por ser mayor de 6 años, dejando allí a su esposa cristiana vieja. Imploraron a la hermana de esta que vendiera sus tierras en los tres días de plazo para huir con el dinero a la tierra de los hugonotes, a emprender una nueva vida, encontrándose con la miserable negativa de esta.

Fiesta consolidada

Javier Redraque, presidente de la asociación el Solanar que organiza la fiesta, explicaba ayer que la recreación histórica, en su octava edición, puede presumir de estar consolidada. “Es difícil de precisar, pero es fácil que haya habido unas 500 personas cada día, lo que es mucho para un pueblo de 350 habitantes como el nuestro”.

Con todo, llama la atención sobre la dificultad que tiene la asociación para sacar los 10.000 euros de presupuesto. “Se saca gracias a los 180 socios de El Solanar, rifas y alguna subvención de Diputación o de Turismo que va saliendo. Pero hacer estas cosas en pueblos pequeños sigue siendo muy difícil”.

Desde entonces ha llovido mucho, pero Gea llegó a tener 2.500 habitantes antes de 1610. El propio Conde de Fuentes, gobernador de Aragón y señor de las tierras de Gea en esa época, trató de negarse a que se efectuara la expulsión, porque dejaría yermos todos sus campos.

Pocos creen que esa expulsión tuviera realmente motivos religiosos, y algunas tésis apuntan a que, desde la conversión de los moriscos en 1526 hasta su expulsión en 1610 el odio se incrementó hacia ellos, quizá por las revueltas que periódicamente se producían contra las autoridades, o quizá porque los reyes veían en estos moriscos la quinta columna del imperio musulmán turco, que desde occidente se miraba con terror.

Pero Aviñó y Cantos coinciden en que a la hora de tomar esa decisión, desastrosa para la economía, pesó mucho la imagen europea del monarca Felipe III. Según el primero, “Él era el gran monarca católico, hijo de Felipe II, que había competido con el propio Papa, construyendo uno El Escorial y el otro San Pedro, a ver quién era más poderoso y más católico”. Pero Felipe III, aconsejado entre otros por el infame Duque de Lerma, tuvo que tragarse el sapo de firmar en 1609 la paz de Amberes, un acuerdo con los protestantes de Flandes que, a efectos religiosos y diplomáticos, le dejaba casi en ridículo.

“Así que para reivindicarse ante el resto de coronas europeas como católico y defensor de la fe, decidió expulsar a los moriscos”, afirma Aviñó.

Es posible, aunque no existen pruebas históricas fidedignas, que algún morisco poderoso “pagara a las autoridades para quedarse, para esconderse unos meses en Bezas o Albarracín y volver luego a sus tierras”. “Eso explicaría”, continúa Javier Aviñó, “que todavía perduren por aquí algunos apellidos como Mezquita o Alfanjarín”.

Del resto de la cultura morisca, que hace 500 años era mayoritaria en Gea y en muchos lugares del sur de Aragón, poco queda. Acaso la fisionomía del barrio viejo del pueblo, los Callizos Altos –que unen la calle mayor con la carretera de Albarracín–. “Allí las calles y algunas casas conservan una fisionomía parecida a la que tenían entonces. Y muchas casas se meten unas dentro de otras”, algo que era típico de los hogares moriscos del XVI y principios del XVII “porque la comunidad morisca comunicaba sus casas para no tener que salir a la calle, sobre todo durante el Ramadán, y no ser así señalados por los cristianos viejos”.

Ocho soldados expulsaron a más de 2.000 moriscos

Según los documentos históricos rastreados por Francisco Cantos, algunos de ellos en la Biblioteca de Londres, el comisario Mejía de la Inquisición de Valencia –de donde era jurisdicción Gea– expulsó el 20 de agosto de 1610 a más de 2.000 personas con solo ocho soldados armados con picas, y menos de cien  cristianos viejos insultando a los moriscos pero, seguramente, sin intención de luchar si las cosas se ponían feas.

“Es insólito que si solo había ocho soldados contra 2.000 personas no hubiera una revuelta”, admite el historiador, “aunque también es verdad que los grandes grupos de moriscos, los de Granada y Valencia, ya habían sido dispersados. Los de Gea y otros del sur de Aragón fueron de los últimos en abandonar España, estaban aislados y sabían que en otros lugares, donde los moriscos habían intentado defenderse, como las Alpujarras, había habido auténticas masacres. Aunque aquí hubiera solo ocho soldados del Conde de Fuentes, en las fronteras estaban las tropas del Rey, y ante cualquier disturbio hubieran acudido a sofocarlo”.

Hay otras teorías. Javier Aviñó opina que “cabe la posibilidad de que hubiera dos o trescientos soldados armados, pero que fueran mercenarios. Y como hubiera estado mal visto que la Corona hubiera admitido que echó mano de extranjeros para esto, quizá prefirieron no dejar constancia escrita de ello”.