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El rito del fuego purificador envuelve de magia ancestral la noche de la Encamisada en Estercuel

Los portantes de los tederos, a punto de salir a recorrer las calles de Estercuel

La tradición se cumplió y el fuego purificó en Estercuel a los cientos de seres humanos que se atrevieron otra vez a acudir a la "Encamisada", la gran fiesta del fuego del invierno, la referencia de todas las sanantonadas de la provincia, la que quema no una sino 15 fogatas en el casco urbano, que se sume en la oscuridad cuando la primera aliaga de la noche se prende en la gran pira de la plaza de la iglesia.

La tradición se cumplió y el fuego purificó en Estercuel a los cientos de seres humanos que se atrevieron otra vez a acudir a la "Encamisada", la gran fiesta del fuego del invierno, la referencia de todas las sanantonadas de la provincia, la que quema no una sino 15 fogatas en el casco urbano, que se sume en la oscuridad cuando la primera aliaga de la noche se prende en la gran pira de la plaza de la iglesia.

Quince pirámides de leña y aliagas ardieron, una tras otra, al paso de los Festeros, los organizadores de la fiesta, subidos sobre caballerías e identificados por sus capas y sombreros negros, siguiendo un ritual cuyo origen nadie sabe precisar.

A las siete de la tarde, la primera de las aliagas se prendió en el portal de los Mártires. Desde allí, el fuego original se trasladó a la plaza de la iglesia, donde se quemó la primera de las hogueras. Las aliagas pronto hicieron lo que se espera de ellas, quemar con rapidez y convertir este montón de leña en una enorme bola de fuego que hizo retroceder a los cientos de personas que esperaban el momento. El círculo en torno a la fogata se fue ensanchando, y dejando espacio suficiente para que los Festeros, la autoridad de la fiesta, cobraran todo el protagonismo.

A las ocho de la tarde, subidos sobre mulos, los personajes del Procurador, el Rey, El Conde y los cuatro Mayorales (los Festeros) llegaron a la plaza de la iglesia acompañados de la música de dulzaina y protegidos con sus capas. A cada uno se le distingue por el orden en el que desfilan, pero también por algunos símbolos que llevan en sus sombreros: al Procurador, representante del poder popular, se le identifica por las tres cintas blancas que lleva grabadas y por que es el portante del estandarte de San Antón; al Rey por las tres estrellas y al Conde, representante de la Nobleza, por la pluma.

Tras dar la vuelta a la hoguera subidos sobre las caballerías, los Festeros salieron en busca del resto de las hogueras, catorce más repartidas por el pueblo, en calles estrechas y largas y siempre junto a alguna esquina por la que facilitar la escapada del fuego abrasador.

Delante de los Festeros fueron durante el recorrido, los portantes de las teas, los tederos, que fueron marcando el ritmo del desfile, en una noche fría, ventosa y oscura a la que poco a poco las fogatas fueron devolviendo la luz. A todos ellos les siguieron los cientos de personas que unos minutos antes de la ocho estaban arremolinados en la plaza de la iglesia esperando que comenzara el festival del fuego. Unos esperaron a que las llamas se rebajaran, otros, protegiéndose con las chaquetas o con lo que encontraban a mano, se atrevían a pasar más pronto que tarde junto al fuego, igual que habían hecho unos segundos antes los organizadores de la fiesta.

Autor:Maribel Sancho Timoneda