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La fortaleza de Alcañiz, un palimpsesto reescrito en todos los estilos artísticos La fortaleza de Alcañiz, un palimpsesto reescrito en todos los estilos artísticos
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La fortaleza de Alcañiz, un palimpsesto reescrito en todos los estilos artísticos

Por Javier Ibáñez y Rubén Sáez (Arcatur)

En la última jornada, el recorrido propuesto deja las sierras turolenses para adentrarse en la Tierra Baja y llegar hasta el Castillo de Alcañiz. En los 45 kilómetros que median entre la fortaleza templaria de Castellote y la calatrava de la capital del Bajo Aragón se produce un cambio radical en el entorno;  las grises y agrestes peñas de caliza maestracense quedan atrás para dar paso a un paisaje con un relieve más alomado, presidido por los tonos blancos y anaranjados de los yesos y las arcillas. El río Guadalope acompaña este recorrido.

Castillo de los Calatravos

Asentado en la cumbre del cerro de Puy Pinos, desde el que se dominan la vega y los meandros del río Guadalope, el Castillo de los Calatravos es un auténtico palimpsesto artístico; reescrito con todos los estilos, del románico al barroco, integra armoniosamente interesantes evidencias de todos ellos. Y en su subsuelo conserva restos de una importante fortaleza islámica. El hecho de que fuera la sede de la Encomienda Mayor de Aragón de los calatravos, le confirió una notable función representativa, que explica la calidad artística del conjunto.

Las principales estructuras asociadas a la función de fortaleza conventual se mantienen en excelente estado de conservación. La parte noroccidental es la más antigua, destacando la torre del homenaje y la capilla, que datan de los siglos XII-XIII; el claustro se agregó en el siglo XIV, manteniéndose también las ruinas del refectorio. Las paredes del atrio de la capilla, la planta noble de la torre del homenaje y, en menor medida, el claustro, se encuentran decoradas con un interesantísimo repertorio de pinturas murales, fechado entre 1290 y 1375.

En cuanto al ala meridional, es de carácter eminentemente palacial y data de la primera mitad del siglo XVIII, momento en el que se acomete una gran reforma del conjunto.

Alcañiz fue conquistado por Ramón Berenguer IV, que le concedió carta de población en 1157, a partir del fuero de Zaragoza. Pero en el marco de la reestructuración defensiva de la frontera, acometida tras la conquista almohade de Valencia, Alfonso II donó la fortaleza a la Orden de Calatrava (1179). Este solapamiento de poderes y legalidades generó no pocas tensiones, como lo demuestra la sublevación y sitio del Castillo, por los propios alcañizanos, en 1283.

Por fortuna, el edificio no sufrió directamente los destrozos a los que se vieron sometidos los castillos que hemos visto hasta la fecha, lo que ha favorecido su excelente estado de conservación.

En la actualidad, el Castillo alberga un parador de turismo y permanece abierto al público durante todo el año, con visitas libres o guiadas. El horario entre  noviembre y febrero es de 10:00 a 13:30 y de 16:00 a 18:00 horas. De marzo a junio y septiembre-octubre se puede recorrer entre las 10:00 y las 13:30 y de 16:00 a 19:00 horas. Julio y agosto: 10:00 a 13:30 y 17:00 a 20:00 horas. El precios de la entrada es de 4 euros, 3 para estudiantes y jubilados. Más información: www.alcaniz.es, www.paradores.es y en el teléfono 978830400.

La Orden de Calatrava

Esta congregación se fundó en 1158, teniendo como finalidad inicial la protección de la frontera toledana contra las incursiones musulmanas. Ese año, el rey Sancho III de Castilla encargó al abad Raimundo, del monasterio cisterciense de Fitero, la defensa de la posición avanzada de Calatrava, cuyo nombre es el que terminaría adoptando la Orden. A la muerte de Raimundo, sus miembros eligieron un maestre secular. En 1164, el Papa Alejandro III confirmó la regla de la Orden, que pasaría a depender del abad de Scala Dei en Gascuña (Francia).

La entrada de la Orden en territorio turolense se produjo en 1179, cuando Alfonso II de Aragón cedió Alcañiz a Martín Pérez de Siones, Maestre de Calatrava, encomendándole la defensa del territorio cristiano del Bajo Aragón, y la conquista de otras plazas en poder musulmán. Será en una escritura de 1187, cuando se ajusten los límites de los dominios calatravos alcañizanos.

A finales del siglo XII se nombró a un comendador que tenía obligación de mantener 12 freires en el convento alcañizano, de los cuales 6 debían ser milites. Ya en la primera década del siglo XIII, comienza a aparecer citado en la documentación el “comendador mayor de Alcañiz”, cargo vitalicio y con grandes poderes, hasta el punto de gestionar todos los dominios calatravos de la Corona de Aragón.

Entre finales del siglo XII y finales del XIII, pasaron a manos calatravas una treintena de localidades del Bajo Aragón (Maella, Fabara, La Portellada, La Codoñera, Molinos, Ejulve, etc.), creándose encomiendas en Calanda, Alcorisa, Monroyo, La Fresneda, Calaceite y Cretas.

Los calatravos de Alcañiz se apartaron con frecuencia de su casa madre, lo que provocó abundantes conflictos entre la rama aragonesa de la Orden y sus superiores castellanos. Los monarcas de ambos reinos llegaron a enfrentarse, al pretender imponer sus candidatos a maestre. A partir de Juan de Lanuza, virrey de Aragón y comendador de la Orden, y cuya muerte se produjo en 1533, comienza la decadencia de la encomienda de Alcañiz.

Itinerario temático

Los calatravos contaron con una importante nómina de fortificaciones en la provincia, que hemos organizado en dos rutas temáticas, la Oriental (o del Matarraña) y la Occidental (o del Guadalopillo). Ambas parten de Alcañiz, municipio en el que, además del Castillo, conserva buena parte del recinto amurallado y dos interesantes torres de las Guerras Carlistas (Campamento y Gorrizo).

La ruta Oriental se dirige a la Comarca del Matarraña, pasando cerca de Valjunquera (con escasos restos de su muralla). El primer destino es Calaceite, en cuyo casco urbano se mantiene parte del recinto amurallado, destacando una torre y los portales de la Villa, Orta y el Pilar, este último reformado en el siglo XVIII para instalar una monumental capilla. En Cretas, que estuvo en manos de la orden durante poco más de un siglo, subsisten tres de sus cinco portales de la muralla, los de San Roque, San Antonio y Valderrobres.

En la villa de La Fresneda se encuentra el Castillo de Santa Bárbara y el Portal de Xifré, además del Palacio de la Encomienda, construido en el siglo XVI y reformado en el XVIII. El siguiente hito es Fórnoles, localidad situada al pie de las ruinas de su antiguo castillo y cuya población estuvo protegida por un recinto murado, del que se conserva un portal. En Belmonte de San José se pueden ver dos de las cinco puertas de sus murallas, bastante transformadas.

En Ráfales destaca un torreón y dos portales de la muralla (la Moneja y San Roque), además de algunos paramentos del antiguo castillo, integrados en un edificio posterior. Monroyo mantiene el portal de Santo Domingo y escasos restos de su famoso castillo, que algunos autores vinculan también con la figura del Cid. Por último, en Peñarroya de Tastavins podemos visitar algunas estructuras de su antiguo castillo y el portal del Carmen, muy modificado por la construcción de la capilla homónima.

La ruta Occidental asciende por la cuenca del río Guadalopillo. Desde Alcañiz salimos en dirección a Calanda, población en la que subsisten restos de su antiguo castillo. En Alcorisa también se conservan algunas evidencias de la muralla que protegía la villa. La torre de la iglesia de la Mata de los Olmos ha sido identificada como una posible estructura defensiva, posteriormente transformada en campanario. En la villa de Ejulve sucede otro tanto, si bien en este caso la torre es más robusta y se encuentra mejor conservada. En Molinos se mantienen restos de dos fortificaciones: el Castillo o Pueyo Ambasaguas y una estructura defensiva en la Peña del Castillo, que controlaba el acceso a la villa por la cascada de San Nicolás. Por último, en Berge se encuentra Torre Piquer, una de las masías fortificadas más antiguas de la provincia; es de propiedad particular, aunque puede verse desde un camino público cercano.

Futuro

Hoy acabamos el periplo por los castillos de las órdenes militares en la provincia de Teruel. En nuestro viaje, hemos podido comprobar que estas fortalezas forman parte esencial del Patrimonio Cultural y de las señas de identidad de los municipios en los que se asientan. Y que las distintas congregaciones de monjes guerreros que las construyeron y habitaron, fueron importantes protagonistas de setecientos años de nuestra Historia.

Pero sería erróneo resumir exclusivamente en clave de pasado las rutas planteadas en los reportajes. Casi el mismo día de la presentación de la Ruta de los castillos de las órdenes militares, DIARIO DE TERUEL (25-2-2017) publicaba la noticia de que más de 100.000 personas habían acudido en 2016 a los ocho castillos turolenses en los que se cobra entrada, que son los únicos que cuentan con registros de visitas.

La mayoría de estos turistas no sólo pagaron por ver el castillo, sino que se dejaron en la provincia una apreciable cantidad de dinero en alojamiento, manutención, recuerdos y/o productos turolenses.

Un recurso incuestionable

Es incuestionable que la arquitectura fortificada es uno de los más importantes recursos turístico-culturales de la provincia; y como tal, un activo económico (además de patrimonial) llamado a desempeñar un papel relevante en el futuro de Teruel. De cómo se gestione ese potencial dependerá (al menos en parte) el futuro de no pocos municipios. Por eso, restaurar los castillos (y el Patrimonio Cultural en general), no debe considerarse como un gasto que se puede obviar para ajustar los balances, sino como una inversión de carácter estratégico, que contribuirá a frenar el terrible proceso de despoblación que afecta a nuestro territorio.

En verdad, no dejará de ser una curiosa paradoja de la historia el hecho de que las órdenes militares, que tantos esfuerzos realizaron por repoblar el territorio (de forma interesada, para asegurar su control y la obtención de rentas), puedan contribuir, casi nueve siglos después, a revertir otro proceso de despoblación.