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La Guardia Civil en  los pueblos, un servicio al ciudadano que va más allá de la vigilancia La Guardia Civil en  los pueblos, un servicio al ciudadano que va más allá de la vigilancia
Cuartel Calamocha

La Guardia Civil en los pueblos, un servicio al ciudadano que va más allá de la vigilancia

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Felipe Vilas lleva menos de dos años en Aliaga, pero es como si fuera de allí de toda la vida. Por la calle  le paran constantemente, muchos para saludarle y  unos pocos para comentarle alguna cuestión de trabajo. Es el cabo del Cuartel de la Guardia Civil de la localidad y un apasionado de su labor. Llegó a Aliaga desde San Sebastián y reconoce que ambos destinos no tienen nada que ver, y no solo por las evidentes diferencias entre un pequeño pueblo y una ciudad. En el País Vasco mentía sobre su profesión a los conocidos: “Aunque se nos veía a la legua que éramos guardias o militares por el acento, el pelo corto y siempre bien afeitados”, describe. En Aliaga va al bar vestido de uniforme a tomar el café. “Me siento como uno más del pueblo”, asegura. Le gusta vivir en el medio rural porque se crió en un municipio de 500 habitantes que pertenece a Villagarcía de Arousa (Pontevedra). Una tierra muy diferente a la de Teruel, donde lo que peor lleva es el frío. Los 17 grados bajo cero que se alcanzaron este invierno eran una cifra que él jamás hubiera siquiera imaginado en su Galicia natal: “Teniendo en cuenta que soy de costa, supongo que mi récord estaba en los 0 grados”, precisa al preguntarle sobre la cifra más baja que había visto en un termómetro. Tocar la nieve por primera vez Pero el frío tiene también su lado bueno y él vio nevar por primera vez a los pocos meses de llegar Aliaga. “Disfruté como un niño chico”, asegura. Ese día aprendió a hacer un muñeco de nieve con los chavales del pueblo, que le advirtieron que, aunque parece algo fácil, tiene su complicación. “Nunca había tenido la sensación de tocar la nieve”, recuerda con una gran sonrisa. Es el máximo responsable de la Comandancia de Aliaga y además de hacer patrullas de prevención de la delincuencia se ocupa del servicio burocrático y  de planificar los cuadrantes de los turnos. En el territorio que depende de su cuartel viven menos de 500 personas, una cifra que aún resulta más llamativa si se tiene en cuenta que en algunos de los núcleos en invierno apenas queda una decena de vecinos. “Es verdad que las demarcaciones son muy extensas, pero el tiempo de respuesta es rápido”, justifica. Los habitantes no ven a los agentes como profesionales que les van a denunciar sino como personas con uniforme que, si lo necesitan, están ahí para echar una mano. En el medio rural turolense los guardias civiles son muy queridos y en ocasiones se lo transmiten con acelgas o huevos. “Hay gente que incluso nos trae cosas del huerto porque les hemos ayudado con algo. Es nuestro trabajo, pero ellos quieren agradecérnoslo”, dice Vilas. La presencia de la benemérita no solo da seguridad a los habitantes de los pueblos, sino que sus parejas y sus hijos ayudan a dar vida a localidades donde la gente es más necesaria, incluso, que la seguridad. Los habitantes de los pueblos quieren tener los cuarteles con las plantillas totalmente cubiertas porque eso les da tranquilidad. Principalmente de cara a agresiones externas puesto que los problemas entre los vecinos se solucionan hablando, a veces en el propio cuartel, pero casi siempre de forma pacífica. Felipe Vilas explica que en varias ocasiones han acudido dos personas que tenían grandes diferencias por cuestiones variadas para que él les ayudara a solventarlo, eso sí, siempre sin poner una denuncia. “Saben que se tienen que ver las caras todos los días y por eso quieren arreglarlo de manera amistosa”, aclara. Los mayores, más vulnerables “Aquí hay sobre todo personas mayores, que son un colectivo muy vulnerable. La gran mayoría están solos porque sus hijos se han tenido que ir a trabajar fuera”, explica. Todos ellos tienen hilo directo con la Guardia Civil. En la zona de Aliaga y la Val de Jarque “no ocurren grandes cosas”, dice el responsable. Pero cuando se produce algún suceso, como el accidente en el barranco Malo del pasado verano, en el que perdió la vida un joven de Ejulve,  cala hasta el tuétano porque los protagonistas siempre son gente muy cercana.  En esos casos los agentes deben actuar con gran profesionalidad, pero también mucho tacto. Hay “tanto trato” que los vecinos van al cuartel para todo. Los guardias hacen tareas a veces de oficinista, porque les piden ayuda para rellenar un papel, o de psicólogo, puesto que muchos mayores, agobiados por la soledad, acuden para contarles sus historias personales, que a veces son alegrías y otras no tanto. Los vecinos de la demarcación saben que pueden llamar a Felipe Vilas para cualquier cosa. “En una ocasión ayudé a una autocaravana a cruzar el río. Había llovido mucho y no se veía bien el camino”, matiza. Para ello se trasladó desde Utrillas, donde se encontraba en ese momento patrullando, y se puso delante del vehículo para describirle el sitio por dónde debía de cruzar. “Nunca he pensando que me habían llamado por una tontería. La Guardia Civil está ahí para cualquier cosa que la ciudadanía la necesite”, dice con rotundidad. Durante la mañana en la que se realiza la entrevista para el reportaje recibe varias llamadas, dos de ellas de dos guardias que tienen que elegir destino y quieren informarse de cómo es la zona y en qué condiciones se encuentra el cuartel y los pabellones, que según dice el cabo “están muy bien”, algo que pesa mucho a la hora de solicitar un destino. De hecho, manifiesta que las plazas no tardan en cubrirse y añade que siempre son personas jóvenes, de entre 25 y 35 años. Muchos acuden solos, pero otros se trasladan con su familia. Es el caso de su actual compañera, una agente sevillana que se ha instalado en Aliaga con su marido y éste ha encontrado trabajo en la panadería del pueblo. Cuando llegó a Aliaga destinado ya conocía Teruel, “aunque como turista”, recalca. La capital y Albarracín, “un pueblo que es precioso”, matiza, fueron los lugares que escogió para sus vacaciones.  Está muy a gusto en Aliaga, reconoce que es duro estar lejos de la familia, y eso que en los casi dos años que lleva destinado en Teruel su madre y su novia han ido a verle varias veces. “Están contentos porque ven que se me quiere mucho aquí”, señala. Para llenar su tiempo de ocio se ha apuntado a cursos de informática e inglés y también va al gimnasio. Además, ya tiene cuadrilla en Aliaga, donde lo tratan “como uno más”. Vilas cree que su trabajo está muy vinculado al mundo rural, pero matiza que entre sus objetivos está ascender y trazar un futuro junto a su novia, que es médico en Galicia. “Por ahora estamos así, pero llegará un momento que alguno tendrá que renunciar si queremos estar juntos”, dice. Eso sí, menciona las palabras que le dijo un compañero cuando llegó a la provincia: “A Teruel se viene llorando y se marcha uno llorando, y a mí seguro que me pasará”, concluye. Tras hacer unas fotos en la vieja Central de Aliaga, testimonio de que los tiempos pasados fueron mejores, regresamos al cuartel. Allí hay un anciano esperándole. Le ha llamado el propio cabo porque quiere hablar con él. “La asistenta social me ha pedido ayuda para convencerle de solicitar ayuda domiciliaria”, explica. Su cercanía con la gente del pueblo unida al uniforme hacen que sus palabras sean tenidas más en cuenta, sobre todo por los más mayores, que suelen ser desconfiados con la gente de fuera. Y él no duda en mediar si de lo que se trata es de mejorar las condiciones de vida de una persona. A veces, los uniformes sirven para mucho en un pueblo. Cuaderno de viaje