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ilustracio´n Dalila Eslava

Por Dalila Eslava* El espacio exterior les atraía. La Tierra ya no era un lugar seguro, el hogar hacía herida, no había agua limpia que sanara: huir era la única salida. Mientras leían libros prestados de la biblioteca sobre visitas de otros seres y demás datos alienígenas, Ade y Eliot se imaginaban como una nave de otro planeta aterrizaba en el descampado de su barrio y más tarde se marchaba con ellos. Eliot a veces dudaba de si se iría o se quedaría en la Tierra, Ade estaba segura de su partida. ‘¿Te imaginas que en realidad somos aliens atrapados en cuerpos de humanos y hemos olvidado nuestro origen?’ ‘Mi hermano mayor a veces me dice que no soy de este planeta, igual intenta decirme algo.’ ‘¡Ya está! ¿Será por eso que nos interesan tanto estos temas?’ Tenían unos conocimientos sobre extraterrestres impensables para dos niños de trece años. De hecho, planeaban colarse en un centro espacial de Estados Unidos para robar no sé qué archivos secretos sobre visitas de ovnis y así saber si ellos vinieron al mundo en una de esas naves. Algunas noches salían silenciosamente de casa para ir al descampado, mirar las estrellas y esperar a ver si veían algo. Cualquier cosa extraña que visualizaban era el aliciente para levantarse del suelo y hacer señales con una linterna. Después esperaban, pero nunca, nunca bajaban a por ellos. ¿La luz de la linterna no era un estímulo lo suficientemente fuerte? ¿O es que acaso no querían volver a recogerlos? Algo estaba fallando. Para Eliot no era mal plan quedarse en la Tierra, pero Ade insistía en que quería ser rescatada. Es por ello que empezó a leer cada vez más y más sobre el tema y en cada salida nocturna, traía algo nuevo para hacer señales. ‘Ade, no te obsesiones tanto, es un juego ¿no?’ ‘No entiendes nada.’ Y de hecho no lo entendía. Una tarde, cuando Eliot pasó delante de la tienda de ultramarinos de al lado de su casa, vio algo curioso a lo lejos. Entró apresuradamente y en efecto era lo que le había parecido ver: una máscara alargada verde con unos enormes ojos negros. Seguro que a Ade le iba a encantar. Compró un par y se apresuró para llegar cuanto antes al punto de encuentro sin recordar que Ade solía llegar tarde. Tuvo que esperar unos quince minutos con la emoción golpeándole el pecho. Al fin, y a pesar de la miopía, vio que la figura difusa que se acercaba hacia él era su amiga. ‘¡Mira lo que tengo!’, dijo Eliot mientras le mostraba las máscaras. ‘¡Ahhh! ¡Si son nuestras verdaderas caras! ¿Dónde las has encontrado?’ ‘Entre los árboles de al lado del descampado. Nos las debieron quitar cuando vinimos a la Tierra paro así no llamar la atención.’ ‘¡Claro! ¡Tiene sentido!’ Eliot no podía parar de reír, sabía que a Ade le iban hacer muy feliz. Y a pesar de que ésta mostraba emoción en sus palabras, Ade no sonrío. Ade frunció el ceño, fijó la mirada en las máscaras y comenzó el juego: ‘Vale. Ahora vamos a ponernos nuestras caras reales, vamos a conseguir armas espaciales y a llevar a cabo la misión que se nos fue encomendada: acabar con la humanidad.’ ‘¿Qué dices, Ade?’ ‘¡Vamos a matar a esos malditos humanos!’ Ade cogió de la mano a su amigo y empezaron a correr. Eliot seguía riéndose, no sabía que le parecía más gracioso: si el juego que Ade había ideado o lo en serio que se lo estaba tomando. Primero se dirigieron al trastero de ella, pues estaba segura de que ahí habría alguna pistola de agua con aspecto raro que podrían coger. Y estaba en lo cierto: al fondo de una caja aparecieron dos pistolas de plástico amarillas y azules. ‘Eh, ¡cómo molan!’ Además, en esa caja encontraron un par de guantes los cuales compartieron y purpurina plateada que se extendieron por el cuerpo. Por fin eran aliens de verdad. Una vez armados y habiendo adquirido la imagen acorde a su origen, se dirigieron al descampado a entrenar. Era un punto necesario antes de llevar a cabo la misión puesto que sus artes marcianas estaban muy oxidadas. Ser un niño terrícola no requería muchas habilidades y llevaban mucho tiempo siéndolo. Sin duda, no estaban en forma. ‘¿Crees que después de acabar con la humanidad vendrán a por nosotros?’, preguntó Eliot. ‘¡Claro! ¿A quién quieres matar primero?’ ‘Emmm, no sé, la verdad ¿tú lo sabes?’ ‘Sí.’ ‘¿A quién?’ Ade no respondió. Estaba concentrada lanzando ondas asesinas a las latas de refresco que habían colocado para practicar la puntería. Siguieron haciendo volteretas laterales. Después, alguna que otra flexión. Incluso pelearon entre ellos para poner en práctica la lucha cuerpo a cuerpo. Por fin estaban preparados. Metieron sus armas en la mochila, se ajustaron la máscara e iniciaron la misión. Corrían por las calles del barrio, reían, la gente los miraba extrañada. Eran felices. ‘¡Mira, Ade, esa plaza está llena de gente!’ Sacaron sus pistolas. Eliot disparaba sin discriminar: niños, niñas, mujeres, hombres, perros. Ade apuntaba a un señor mientras reía a carcajadas. Un fuerte sonido se oyó. Un cuerpo cayendo. Rojo. Gritos estridentes. Eliot miró a Ade. Lo que sostenía no era la pistola de agua. Ade se levantó la máscara y fijó su mirada en la de Eliot: ‘¿Seguimos?’ *Dalila Eslava (Teruel, 1994) Graduada en Psicología. Actualmente realiza el Máster en Intervención Social. Comenzó escribiendo en la página Malditos Poetas y ha seguido creciendo en recitales y festivales como Quema de Artistas. Además hay que destacar su faceta como ilustradora en el ámbito de la poesía.