Si existe un torero que forme parte de la memoria colectiva de los españoles ese no es otro que Manuel Rodríguez Manolete, aquel diestro de cuerpo enjuto y mirada triste que inventó un toreo dramático y solemne en el que la verticalidad, la ligazón y la quietud más absoluta fueron paradigma de su tiempo y un espejo para los toreros de siempre. Porque desde él, todos quisieron torear con la nueva estética que impuso en los ruedos y muchos aún lo siguen haciendo a los setenta años de su muerte. Aunque cueste mucho meterse entre pitones. El último, José Tomás que es el mejor resumen de Manolete. Y es que el Califa cordobés fue mito antes que leyenda y fue vida antes que muerte, aunque ésta lo confirmara en Linares como el héroe del que eternamente hizo honor este arte. Quizá por ello permanece vivo en los ruedos a los cien años des su nacimiento y a los setenta de su trágica desaparición. 1917-1947-2017.
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Porque Manolete construyó su mito desde aquel toro Mirador de su alternativa sevillana un 4 de julio de 1939 –Comunista se llamaba en realidad-, hasta aquella mala tarde en Linares en la que Islero, una fiera mansa de Miura que debiera haberse lidiado en Murcia, se cruzó con él un 28 de agosto de 1947. Tan solo ocho años en los que el Monstruo, como lo calificó Gregorio Corrochano, dejó escrito en los ruedos el más bello legado de emoción que un torero hubiera podido imaginar, y ocho años en los que su inspiración se hizo liturgia a golpe de natural, trincherazo, manoletina y estoque. ¿Su grandeza? ¿Su secreto?: Un toreo serio, altivo, valiente y abandonado en un torero enfrentado a su destino cada tarde cual epopeya en la que se ceñía la muerte a la cintura como nunca antes lo había hecho nadie. Cada tarde. Por eso Luis Miguel Dominguín, su gran rival de entonces, se preguntaba aquello de: “¿Te imaginas lo que es hacer el paseíllo, mirar hacia un lado y ver a Manolete…?”.
Y escribo cada tarde porque hasta Pepe Luis Vázquez, su amigo, le pidió en un viaje en tren que bajara ese nivel de exigencia que lo llevaba al límite, que lo estaba consumiendo tarde a tarde. “No puedo Pepe, me lo piden…”. Y así fue en su presentación mejicana con Silverio Pérez. Apoteosis, cataclismo, catarsis o delirio fuero palabras incluidas en los titulares de prensa de aquel tiempo. México se rindió a él eternamente y lo convirtió en dios antes incluso de que España lo hiciera mito y referente para siempre. Dijo Silverio después de aquella tarde que “Si quiero estar por encima de éste es buen hacer testamento antes”. Y también exigencia y mito con aquel toro Ratón, el Pinto Barreiros en el Madrid del 44, cuya faena fue compendio de su arte y lo encumbró de forma tan emocionante que aún hoy se declara semejante obra como una de las diez más grandes que vieron los ruedos. Pero Madrid fue más. Fueron 26 tardes, que no se olvide. Y fueron siete puertas grandes aunque dos de ellas desde la enfermería y en una se negara a ser paseado por aquello de su seriedad y poca predisposición a las celebraciones. Y fue Barcelona, Valencia, Sevilla, Bilbao, Córdoba, Granada… e incluso Teruel un 31 de mayo de 1943. Aquella tarde también salió de la plaza por su pie después de ofrecer una gran tarde en la que cortó dos orejas pero no se dejó pasear a hombros de los turolenses.
Y es que Manolete ya era mito cuando llegó a torear aquel postrero festejo de Linares. Era mito en los ruedos y moda en la calle. Aquellos zapatos berrendos, la elegancia de sus trajes y unas gafas de sol con las que soñaban los hombres y las mujeres se antojaban lo más moderno de una postguerra bien pobre. Manolete era el referente social casi inalcanzable y el sueño del triunfo para los españolitos que aún pasaban hambre.
Pero Manolete estaba triste en Linares. Su muerte la leyeron algunos en su rostro enfermizo cuando recién aterrizó en la localidad jienense. Su mirada aquel día era especialmente triste, cansada a decir de los que le trataban y harta quizá de esa temporada y de su carrera. “Que ganas tengo de que llegue octubre”, le dijo al fotógrafo Canito en la penumbra de su habitación por la mañana. Apenas comió nada y ya en la plaza una leve sonrisa saludó a la concurrencia. Fue tras el paseíllo y cuando una ovación le obligó a recogerla en el tercio. Y apareció en el ruedo Islero… Manolete montó el estoque… se arrojó contra el toro como había hecho siempre pero quiso esta vez el destino que ambos salieran del embroque con la muerte prendida de sus pieles. Luego vino la operación en la enfermería, las dudas de amputarle, aquel cigarro que le pasó su sobrino ya por la noche y la maldita trasfusión de sangre… Esa que recetó el doctor Guinea y que se lo llevó por delante. “No veo… Que disgusto se va a llevar mi madre…” Y el silencio para siempre.
Y en aquel preciso instante comenzó su leyenda, la de un matrimonio con Lupe Sino que impidieron Camará y Álvaro Domecq a las puertas de la enfermería y en articulo mortis. No se debía casar aunque el torero lo pidiera de forma insistente. Había una gran fortuna en América de la que solo sabían ellos y el propio Manolete. Y leyenda en su desamor con Córdoba que aquel día reconoció en él lo que nunca había querido darle. Y la leyenda de aquel presidente de la república en el exilio de México cuando brindó por él a los postres: “De un español a otro español”. Se zanjaba con ella el uso que la dictadura quiso hacer de su imagen. Y leyenda en doña Angustias cuando viajaba desde San Sebastián para recoger su cadáver, y en el exilio de Lupe porque los poderosos no la querían presente… Tantas conversaciones, tantos artículos, tantos libros y tantas imágenes que hacen de la leyenda de un torero historia viva de un país que lloró como nunca se había llorado a nadie. Y lo entronización para quedar en la memoria colectiva que queda de un tiempo y de un hombre. Aún hoy se le ve mirando al tendido, altivo y emocionante, mientras con la muleta se pasa al toro por la faja sin reparar en su suerte. Y aunque el tiempo pase y las modas se sucedan como se suceden los reyes, Manolete seguirá reinando en el corazón de los aficionados y seguirá siendo referente en el hacer de los profesionales. Cien años de su nacimiento… Setenta de su muerte… Gloria a Manolete.