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Ocho siglos de masadas, mases y masías en Teruel sur y Bajo Aragón

Un centenar de personas abarrotaron el salón de actos de la casa consistorial.

Ejulve llegó a contar con 35 masadas en su término municipal a principios de siglo XX que menguaron a 26 tras la Guerra Civil.

Ejulve llegó a contar con 35 masadas en su término municipal a principios de siglo XX que menguaron a 26 tras la Guerra Civil. Las políticas franquistas de retirada de masoveros durante el maquis y las masivas plantaciones de pinos posteriores asestaron el golpe de gracia a esta forma de vida. Hoy en día tan solo subsiste una masía habitada en el municipio.

El origen de las masadas hay que buscarlo hace 800 años, en la Edad Media, en plena época de repoblación de las tierras situadas al sur de Zaragoza tras la reconquista del territorio andalusí aparejada a la expansión del reino de Aragón.

Estas "unidades económicas completas", según define a los mases el historiador local Juan Manuel Calvo Gascón en el prólogo de Memorias de las raíces, (Jesús Calvo Betés) comenzaron a establecerse en el Bajo Aragón histórico, sur turolense y comarcas vecinas de Castellón a finales del siglo XII y comienzos del XIII, época en la que se delimitaron los términos municipales y las tierras conquistadas a los musulmanes pasaron a ocupar territorio aragonés.

"Enormes extensiones de terreno baldío fueron colonizadas por pobladores venidos, a veces, desde lejos", narra Calvo Gascón en su introducción. Las villas que para entonces ya existían, como es el caso de Ejulve (Xulb, como se denominaba el pueblo antes de la reconquista), "tuvieron fueros y algunos privilegios como reclamo para atraer a nuevos vecinos", prosigue el historiador. De esta forma, "se repartieron quiñones de tierra y en las partidas más alejadas de los núcleos urbanos se establecieron estas unidades de producción, las masadas". Su consolidación, a lo largo de los siglos siguientes, "condicionó la estructura social, la configuración de las mentalidades y la propia evolución económica de nuestro entorno local y comarcal", explica el experto.

Testamentos de 1357

La referencia más antigua hallada sobre las masadas de Ejulve es el testamento de un matrimonio formado por Miguel Górriz y Magdalena Chulen, firmadas en 1357 y 1358, en el que se relacionan las propiedades rústicas que poseían en la localidad: varias casas en la villa, un palomar; una masada con tierras, casa, eras, corrales y huerta situada en el prado de Lardamián; y tierras de labor situadas en las Cofradías, Navafría, la Dehesa o Los Vallejos.

"La masada se mantuvo habitada a lo largo del tiempo" y precisamente "fue comprada por los abuelos de Jesús a principios del siglo XX e incorporada a las tierras de La Solana", explica Juan Manuel Calvo.

La Iglesia era la mayor terrateniente del municipio en la Edad Media y adjudicaba masadas a cambio de impuestos en forma de cahíces de trigo. Con la desamortización de los bienes al clero a mitad del siglo XIX se vendieron varias masías.

Desde entonces y hasta la primera mitad del siglo XX se constata la existencia constante de una treintena de masadas que ocupan una buena parte de los 110 kilómetros cuadrados del término municipal, continúa el historiador.

Según figura en censos de población, en 1746 había 22 masadas, con una población registrada de 95 personas adultas -más de siete años-; en 1822 un total de 141 personas adultas habitaban en las mismas masadas; ascendieron a 187 adultos que poblaban 33 masadas en 1854, para llegar a las 201 personas en 35 viviendas dispersas en el censo de 1910.

Refugio de insurrectos

Las masadas jugaron un papel fundamental en las Guerras Carlistas y tras la Guerra Civil como punto de avituallamiento y refugio de insurrectos de los regímenes imperantes aprovechando la lejanía de los cascos urbanos. En ambos casos se repitió la historia y las autoridades acabaron cerrando las viviendas aisladas para que no dieran sustento -ya fuera voluntario o forzado- a los guerrilleros

De la misma forma en que la población ejulvina acudió a las masadas en la primavera de 1938 para refugiarse de los bombardeos a que era sometido el núcleo urbano por parte de la aviación y artillería franquistas, los maquis buscaban refugio en ellas en la década de los cuarenta por tratarse de puntos estratégicos donde conseguir víveres y escondite.

"Este último conflicto supuso el principio del fin de las masadas", explica Calvo Gascón. "El general Pizarro, que desde la comandancia de la Guardia Civil de Teruel perseguía sin cuartel a los maquis y a sus apoyos, ordenó a mediados de 1947 el desalojo de las masadas y el traslado de sus moradores a la villa".

Fue una decisión temporal hasta que los guerrilleros fueron derrotados por el régimen, pero que tendría "unas consecuencias negativas e irreversibles al quedar alguna de ellas definitivamente deshabitada".

La puntilla definitiva del abandono de estas unidades de producción, según explica el historiador, llegaría con la política franquista de repoblación forestal en las décadas centrales del siglo XX, "ejerciendo una continua presión para anexionar las masadas al Patrimonio Forestal, momento en que una buena parte de ellas fueron vendidas al Estado".

"Se cambiaron los usos del territorio y se modificó el paisaje. Extensas plantaciones de pinos ocuparon las laderas de pasto y los antiguos bancales de cultivo, cuyas calzadas han aparecido erguidas sobre el desnudo suelo tras el dramático incendio ocurrido en 2009", concluye.

Conocimiento práctico al servicio de las necesidades

"Los masoveros eran poseedores de un conocimiento práctico que les permitía satisfacer sus necesidades manteniendo, eso sí, un imprescindible equilibrio ecológico entre el territorio y su productividad", indica Calvo Gascón. Los masoveros acumularon, generación tras generación, "unos conocimientos, unas formas de hacer, una sabiduría propia, que les hacían expertos en las artes tradicionales necesarias para su subsistencia: la ganadería, la apicultura, la caza, la agricultura de secano, la huerta, la explotación del bosque... Y, a su vez, también podían ser excelentes artesanos capaces de elaborar muchos de los utensilios básicos que les requerían estas actividades"

Cuenta el prologuista que los habitantes del pueblo siempre miraron a los masoveros "con un cierto aire de superioridad, aunque creo no equivocarme al afirmar que los habitantes de las masadas gozaron de una libertad que los vecinos de los pueblos habían perdido hacía ya mucho tiempo" debido al "control ideológico que las mentes "biempensantes" ejercieron sobre las gentes de los pueblos, imponiendo una moral conservadora y tradicional".

La Solana fue una de las masadas consideradas en los censos de población como entidades locales propias. En 1930 tenía cuatro casas destinadas a vivienda, con una población de unas 25 personas.

Autor:Marcos Navarro / Ejulve