Síguenos
Elogio al fracaso Elogio al fracaso
Imagen de jcomp en Freepik

Elogio al fracaso

banner click 244 banner 244
Me he preparado toda la vida para este momento. No puedo fallarme ni fallarles. Me he esforzado demasiado. Esperan mucho de mí. Tengo que conseguirlo. Puede ser mi última oportunidad. Todo el mundo me mira todo el tiempo. Sonrío, aunque me apetece llorar. Sigo, aunque quiero parar. ¡Venga! ¡Venga! ¡Venga! ¡Tú puedes! Puedo... ¿O no? ¡Basta! ¿Pasa algo si no puedo más?

Cuesta cargar con el sambenito de ser un perdedor, un fracasado. Nadie quiere enfrentarse a una sociedad que juzga sin piedad y sin motivo por no haber conseguido esto o por haber renunciado a aquello. Aplaudimos con mucha más vehemencia la victoria de alguien que la derrota de su rival, aunque sea más común perder que ganar.

En una sociedad que alimenta de forma absurda e insaciable la competitividad, el éxito se ha convertido en una especie de obligación: hay que conseguirlo a cualquier precio y a costa de lo que sea. La excesiva exposición pública en redes sociales ha engordado el discurso de que aquí solo hay hueco para los triunfadores: los que se casan con la pareja perfecta y tienen hijos perfectos; los que ganan mucho dinero en el trabajo; los que lucen cuerpos esbeltos sin sudar; los que viajan sin parar; los que comen y cenan a diario en sitios lujosísimos que nosotros solo vemos en las películas... y en sus redes sociales.

Que las apariencias no os engañen: los ricos también lloran. Nada es tan fantástico ni tan exitoso como se proyecta. La vida es un constante subir y bajar. En todas las casas hay días buenos y también días malos y de unos (adivinen cuáles) se aprende más que de otros.  Un deportista de élite dirá que lo peor en la vida es sufrir una lesión. Muchos no saben que el resto de su carrera dependerá de cómo la afronte. Ante el golpe, tiene dos caminos: aprender de la caída, tomarla como una enseñanza para crecer, o no sobreponerse nunca y enterrar para siempre su carrera deportiva. A lo largo de toda su vida, Rafa Nadal se ha preparado más para gestionar el fracaso que el éxito. En muchas entrevistas ha reconocido, asombrado, cómo de mal se toma la gente fracasar. Y aquí va la lección de hoy: “Cuando uno se esfuerza por conseguir un objetivo, para mí nunca será un fracaso. Será un objetivo no cumplido”.

Aceptar que las cosas no salen bien siempre, tolerar la imperfección o ser consciente de que no se puede conseguir todo te prepara para ser más feliz. Se aprende mucho más cuando uno acepta que ha perdido porque su rival ha sido mejor y asume que, oye, al fin y al cabo perder tampoco es el fin del mundo. También reconforta saber que hay precipicios desde los que uno puede echar a volar y que se gana más, infinitamente más, cuando se aprende a perder. Lo común es alabar al equipo que gana el mundial, al empresario que tuvo éxito, al matrimonio que celebra sus bodas de plata. Pero ¿qué pasa con las selecciones que no pasan a cuartos de final, con alguien que se arruina, con las parejas que no pueden tener hijos?  Se ha extendido el pánico a no gustar, a fracasar, al qué dirán si no consigo esto. Miedos que lastran nuestras vidas y que son fuente de enfermedad. El miedo a fracasar nos paraliza, pero hay que sobreponerse a cada circunstancia y no dejarnos aplastar por la adversidad ni por una mala racha ni por nada de nada.  Fracasar nos hace humildes, y hay que saber que no se fracasa si se hace todo lo que está en nuestras manos por conseguirlo. El psicólogo norteamericano William James lo explica mejor que yo: “Eres tú, con tu forma de hablarte cuando te caes, el que determina si te has caído en un bache o en una tumba. ¿Qué te vas a decir cuando has cometido un error? ¿Te vas a llamar fracasado o vas a decir: oye, lo he intentado, ¿qué puedo aprender?”.

Un paso más alto dio el escritor William Faulkner, que en 1955 expuso una brillante definición: “El éxito es fracasar y, luego, volver a intentarlo”. Pues eso... que no pasa nada si fracasan. No es tan malo como lo pintan.