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En defensa de Sálvame En defensa de Sálvame

En defensa de Sálvame

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Sálvame es una extensión de lo que ocurre en la vida misma. En Sálvame se despellejan unos a otros, se enfadan, se ríen, se llora, se baila. A lo largo de toda su existencia ha tenido picos de hasta un 35% de pantalla, que es lo mismo  que decir que casi cuatro de cada diez personas que estaban conectados a la televisión por las tardes veían ese programa. ¿Cuánto pagaría cualquier televisión por tener esos datos de audiencia?

Nadie reconoce que en su casa las tardes pasan con el saloncito de Sálvame de fondo, un programa que lleva 14 años ininterrumpidos acompañando a media España tarde sí, tarde también, haga frío o haga calor. Telecinco ha cambiado de dueños y han llegado unos nuevos que han dicho que basta ya, que hasta luego Maricarmen, que a partir de septiembre Ana Rosa hará de Jorge Javier y estos a otra cosa… mariposa.

Me río yo de todos esos que se alegran de que Telecinco tire por el retrete la telebasura que dicen que representa Sálvame y a cambio pongan otra cosa que aún no sabemos qué será. Me gustaría ver a todos los puristas cómo sacan ellos adelante un programa diario, en directo, de cuatro horas consecutivas, durante catorce años. Más respeto, por favor.

Lo deseable sería que usen esa franja horaria para dar clases de inglés a todos los españoles, que buena falta nos hace, pero eso no lo verán nuestros ojos. Ahora se quedan sin trabajo no solo los presentadores, los colaboradores y los directores. Detrás de las cámaras hay realizadores, redactores, productores, grafistas… un montón de gente corriente como tú y como yo que no sabe qué será de ellos a la vuelta del verano. Menos aplausos.

Como en todas las casas cuecen habas, el equipo de Sálvame se enteró de que se cargan el programa como se entera uno de las cosas importantes, por la calle. Hicieron de tripas corazón y en el primer directo después de anunciarse que en septiembre no volverán se rieron de su propia desgracia y colgaron un cartelón a la entrada del plató que decía: “Se traspasa”.

Si se ríen de todo quisqui no iban a ser menos ellos mismos. Ese mismo día, llevaron a un experto en currículum para actualizarles la carta de presentación ahora que se supone que se quedarán de patitas en la calle y después de estar 14 años fuera del mercado laboral.

A Jorge Javier y a toda su pandilla los escuchan y los siguen centenares de miles de personas cada día. Son personas que, aunque tengan la televisión puesta de fondo, hacen propias los eslóganes que allí se vierten y las incluyen en su lenguaje diario sin darse cuenta.

Si Belén Esteban dice a su Andreíta que se coma el pollo, miles de Belenes replican cada día al mediodía a sus críos lo mismo, se llamen Andrea, Carmen o Javier. Abre la boca y cómete ya el pollo.

A las puertas de que hoy dé el pistoletazo de salida otra terrorífica campaña electoral, escuché el otro día a un político de renombre que ya quisiera él que le escucharan la mitad de la mitad de los parroquianos que siguen a Jorge Javier cada tarde. Que poderío es ese y no el de El Cordobés ni el del presidente del Gobierno. No le falta razón.

Como todas las monedas, Sálvame tiene su cara y su cruz y, a veces, son difíciles de distinguir.

Aunque nadie lo reconozca en público, Sálvame ha hecho historia en la televisión. Revolucionó la manera de hacer un programa. Aportó frescura y creó de la nada a nuevos personajes que llegaron incluso hasta a dar las Campanadas en la cadena para la que aún trabajan.

Todos los partidos de izquierdas se mueren porque Jorge Javier Vázquez acuda a uno de sus mítines. Saben que el catalán mueve masas y si dice que el día 28 va a votar a Fulanito o a Menganita, más de uno echará en la urna la misma papeleta que él. Porque Jorge Javier sí que mueve montañas.

Veremos qué pasa con las tardes de Telecinco a partir de septiembre.