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La extinción La extinción

La extinción

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Se extinguieron los dinosaurios, las hombreras, los mamuts, el radiocasete extraíble, las cartas de amor, los pantalones de pana, el malibú con piña, dormir en pijama, las guías telefónicas y las cabinas, la peseta y viajar sin usar el cinturón de seguridad.

En el recuerdo nos quedarán siempre las máquinas de escribir, las estufas de picón, las llamadas telefónicas, el tener únicamente dos canales de televisión, ir a EGB y hacer la Selectividad en lugar de la EBAU.

Las tres torres de refrigeración de la Central Térmica de Andorra, los cafés de puchero, lavar en el lavadero, que las mujeres se encarguen de la casa, teñirnos el flequillo, arrastrar los pantalones de campana, el casarse hasta que la muerte nos separe.

Se extinguió el fumar en el autobús y fumar en el trabajo, los jerseys hechos a mano por mamá, las curvas de carretera de la Balma, el que no sepan dónde estás, las chaquetas Bomber, hacer autostop para ir a las fiestas del pueblo de al lado, bañarnos en el río, escribir cartas a mano, que los niños vayan solos hasta el colegio, el teléfono fijo sonando cuando abres la puerta, no bañarte hasta hacer la digestión, saberte de memoria decenas de teléfonos y decir de carrerilla los nombres y los dos apellidos de todos tus compañeros de clase.

Aún quedan, aunque cada vez menos, personas que hablan por teléfono con las manos, los que salen por la noche a la fresca, los que no saben qué es tinder, los que van a la piscina municipal y los que se apuntan a campamentos de verano. Todavía hay niños que pasan los veranos en el pueblo con sus abuelos aunque sus padres ya no los manden solos montados en el autobús.

Deberían extinguirse los que dicen “no te preocupes” y los que dicen “tú puedes con esto”, los gorros de ducha, las alfombras antideslizantes de la bañera, las fundas del retrete, el asiento central de los aviones, las esperas, las dietas milagro, las llegadas no deseadas y el disculpen las molestias.

Que se mueran definitivamente todas las moscas que existen en el universo, el hilo musical con sonido de pájaros, los camareros que dan un viaje de la terraza a la barra con las manos vacías, los que no sueltan el móvil mientras comen, los audios que duran más de un minuto. Yo apuesto por hacer desaparecer a todos los que hacen daño, a los políticos que no hacen nada, a los que fingen estar enfermos para vivir del cuento, a los que roban y a los que eluden pagar impuestos.

Si de mí dependiese, acabaría con los geolocalizadores 24 horas 365 días al año, con las últimas conexiones de whatsapp de todo el mundo y con las fotos de pies en las playas.

También mandaría a escaparrar a los que siempre ven el vaso medio vacío, a los que solo saben hablar de sí mismos y a los que pronuncian palabras en inglés que no saben ni lo que significan.

Yo diría adiós muy gustosamente a las miles de curvas y agujeros que tenemos en las carreteras de la provincia de Teruel que cambiaría por amplias autovías, aunque algún radar me cazara a más velocidad de la cuenta.

Tampoco me importaría que nos trajesen internet a todos nuestros rincones y dejáramos alguno sin cobertura, por aquello de tener un rato para nosotros, escondernos allí y que nadie nos localice.

Hay días en los que me desinstalo el Twitter del teléfono y cuando recurro otra vez a él pienso en por qué lo hago. Hay días en los que me alegro por haber crecido en pleno siglo XXI y haber visto la revolución digital y otros me pena no haber nacido antes, por aquello de haber tenido otro estilo de vida.

A menudo, la actualidad me hace volver los ojos hacia atrás y tengo muchas dudas sobre si cualquier tiempo pasado fue mejor… o no. ¿Usted qué piensa? Yo que, por todo esto y por mucho más, siempre conviene tener a mano un extintor. Al fin y al cabo, uno nunca sabe cuándo va a necesitarlo.