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EFE

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Llevo dos semanas escuchando la matraca de todos los políticos y presiento que viven atrapados en una burbuja demasiado alejada a la calle que pisamos cada día nosotros, los ciudadanos a los que aspiran a representar. Casi todos hablan de cosas que nos importan un bledo y en un idioma que suena a chino.

Pocos políticos sabrán que hay más lujo en dejar de comer las lentejas en una fiambrera y comerlas en un plato que en ir al cine gratis los domingos. Lujo también es no sentir la necesidad de pagar la cuota mensual de los muertos durante toda la santa vida y divorciarte de tu maltrador porque tienes un lugar al que volver. No, no es tan fácil hacerlo.

Señores gobernantes, los jóvenes no quieren interraíl gratis por Europa ni viajar subvencionados por España. Quieren dejar de vivir en casa de sus padres y poder pagarse un alquiler, aunque sea a pachas. Lujo es acabar la carrera universitaria y encontrar un trabajo con un salario digno y no hacerlo gratis: a la explotación laboral los gurús la llaman sentirse realizado. Firmar un contrato indefinido dejó de ser un lujo hace demasiado.

Lujo es negarte a vender tu voto por 200 euros. Lujo es ser autónomo y que tu empresa sea solvente. De comprar una vivienda, de eso, ni hablamos, porque ustedes mucho blablabla, pero las  soluciones las dejan siempre para la legislatura que viene. ¡Tendrán morro!

Lujo es poder quedarte con la herencia de tu madre porque puedes pagar el impuesto de sucesiones. El común de los mortales no corre la suerte de lrene Montero, que se compró un chaletazo gracias a lo que le dejó su padre. Digo yo que algo le habrá ayudado cobrar una nómina que triplica el sueldo medio del currito español.

¿Y qué me dicen de la conciliación? Un lujo es que te llamen de la guardería a media mañana porque la niña tiene fiebre y descolgar el teléfono. Eso significa que tienes a alguien que puede encargarse de ella mientras tú continúas picando piedra en el tajo. Hay madres que lo silencian y simulan que no lo han oído… porque no tienen quien la recoja.

Mucho se habla de la salud mental, pero cuidar y curar la mente está al alcance de los más privilegiados. Lujo es pagar un psicólogo privado a más de 60 euros la hora para hacer terapia una vez a la semana y no tener que esperar siete meses para que un terapeuta de la Seguridad Social escuche tus penas. Pongan más recursos aquí y dejen de darse golpes en el pecho.

Afortunadas son aquellas familias que pueden encender la calefacción todo el invierno y poner el aire acondicionado durante el verano sin vomitar el corazón cuando el cartero trae la factura de la luz. Lujo es cobrar el bono social térmico sin ni siquiera saberlo. Dichosos son también aquellos que pueden llevar a sus hijos de campamentos durante el verano y no aquellos que aparcan a los críos hasta septiembre en el patio de la casa de la abuela en el pueblo.

Lujo es poder viajar de Madrid a Barcelona en AVE, en Ouigo o en Iryo, y no recorrerte los 600 kilómetros en un coche compartido anunciado en Blablacar porque ya no puedes permitirte el lujo de hacer ese trayecto en soledad.

Escuchando los debates electorales y los mítines por toda España me pregunto cuántos de los que aspiran a gobernarnos hicieron la compra para su casa por última vez.

No he escuchado a ninguno quejarse de que tres rodajas de sandía cuestan ya más de tres euros ni de que comer pescado dos veces a la semana es otro lujo del que muchas familias se han visto obligadas a prescindir.

Lujo es no regalar horas extra a la empresa para la que uno trabaja. El verdadero lujo es tener tiempo de calidad para disfrutarlo donde y con quien a uno más le apetezca. Un lujazo es haber votado ya por correo y vivir este domingo electoral a miles de kilómetros de un colegio electoral. Que la suerte les (y nos) acompañe a todos.