

No recuerdo mi primer recuerdo, pero imagino la ilusión de mi madre al reconocerme por primera vez y la risa tonta de mis hermanos, tres varones, al sostenerme en brazos. Nací menuda y con muchísimo pelo y ahora, cuando se acerca el día de conocernos, me pregunto cuánto tendrás tú de mí.
A mis 41 me dicen que el día que nazcas será cuando comience todo y yo estoy ya ansiosa por pintar esa línea en el calendario vital, cuando renovaré el filtro de los ojos y cambiaré la costumbre por el asombro de descubrir de nuevo el mundo a través de una mirada limpia y virgen, la tuya. Alguna noche me estremezco pensando en la cantidad de gente que ya te quiere solo por existir dentro de mí, sin saber siquiera en quién acabarás convirtiéndote.
Qué difícil es elegirlo todo para ti: el carricoche, la persona que te cuidará cuando yo falte, el nombre con el que responderás cuando te llamen. Serás niño o serás niña, eso lo descubriremos el día que decidas llegar a este mundo; nacerás en Madrid y ojalá que seas en la vida lo que te propongas ser.
Este año de aprendizaje en diminutivo donde el único plan de verano es esperarte pienso mucho en la madre que me parió. Me gustaría preguntarle si ella también sufrió la maldita ciática, si comió embutido durante el embarazo. Quisiera que me contase cómo fue su parto y cuánto duró y fantasear juntas con si el mío será similar o mejor. Pienso en la magia de derrapar por su cuerpo hasta salir al exterior. Me imagino recién nacida trepando sobre su vientre, todavía inflamado, hasta agarrarme a su pecho. Calmándome con el olor de su piel. Durmiéndome sobre ella.
Una vez leí que un hijo es como tener una sartén siempre al fuego, y es exactamente así como imagino la maternidad. La gente te previene sobre las noches sin dormir; te aconsejan que des el pecho y hay quien se atreve a decirte cuándo debes dejar de dárselo; te preguntan si te pondrás la epidural o si querrás sentir el dolor sin edulcorante y yo tengo pocas cosas más claras que beneficiarme todo lo que pueda del avance médico. Sufrir por sufrir, no termino de verlo.
Me recomiendan también que disfrute de la primera etapa de tu vida, dicen que pasa volando. Y que ya verás qué ilusión me hará verte dando tus primeros pasos, tus primeras palabras, tu primer diente. El consejo que más me ha gustado hasta ahora es que criar significa, básicamente, intentar que no te mates: que no te atragantes, que no metas los dedos en el enchufe, que no te tires por ninguna ventana, que no te hagan nada de vuelta a casa, que aproveches las oportunidades que la vida te ofrezca, que no te enamores de cualquiera, que seas buena persona.
Sin embargo, de entre todas las responsabilidades que implica la maternidad, nadie te cuenta que, a partir de ahora, hay un niño o una niña que te observa 24 horas al día y que te verá reír y llorar; enfadarte y alegrarte; ilusionarte y decepcionarte con él o con ella, con los demás o contigo misma. Que ese niño o esa niña que se pasa el día mirándote aprenderá de ti lo que es el amor, el respeto, el esfuerzo, la educación, la convivencia.
Será testigo de tus crisis y de tus avances y, llegado el momento, se avergonzará o se enorgullecerá de lo que vea, porque, un día, ese niño o esa niña que hoy te usa de guía vital se convertirá en adolescente y te pedirá cuentas por no ser como pensaba que sí eras.
Será entonces cuando la vida empezará a circular a mil por hora y ese niño o esa niña entrará en la edad adulta y se independizará ¡por fin! del lecho materno, será responsable de su vida y se convertirá en el sostén de su propia familia. Mientras tanto, a ti te saldrán arrugas y el niño o la niña que te contempló en el pasado seguirá ahí, cerca de ti. Para entonces, te dará la razón en muchas cosas que durante años no comprendía porque, ahora sí que sí, ya habrá entendido que esto es la vida y que claro que iba en serio.