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Cordones Cordones
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Juanjo Francisco

Hoy es un día extraño, parecido a otros anteriores en los que me asaltan dudas existenciales, asoman miedos y no me atrevo a hacer muchos planes de futuro; la verdad es que nunca he sido muy amigo de hacer ese tipo de concesiones a la imaginación, prefiero el día a día, soy así de comodón. Bien, mientras procedo como otros muchos congéneres a digerir este monstruo pandémico que nos rodea (y que me perdone ese entrañable amigo al que he copiado el concepto, el de monstruo, digo, y también el de su digestión), no paro de darle vueltas al hecho de que se me desaten siempre los cordones de unas zapatillas primorosas que me compré antes del apocalipsis. No entiendo por qué siempre se sueltan las del pie izquierdo. No me impresiona ese silencio absoluto que me rodea cuando, ya de noche cerrada, vuelvo a casa únicamente pendiente de comprobar en qué momento saltará el lazo, es un verdadero desafío a la física.
¿Será que el empeine es más alto en el pie izquierdo que en el derecho?, ¿será que ando raro y debo pasar por el podólogo?, ¿serán signos estos de que nos estamos transformando en unos seres propios de la nueva normalidad que se avecina y por lo tanto distintos a los conocidos?
En medio de estas cuitas voy llegando a casa, me despisto intentando saber si ese individuo que lleva un perro es vecino del barrio o foráneo, o me mira raro, que ahora de todo puede haber, y en esas he dejado de mirar a mi zapatilla; cuando lo hago de nuevo, el puto cordón campa a sus anchas, se ha soltado en medio de mi despiste momentáneo y me vuelvo a rebotar conmigo mismo por la falta de atención. No, no esta una cuestión para debatirla con mis cercanos en estos momentos porque igual me mandan a Cuenca, pero me preocupa, no crean. No sería de recibo haber pagado una pasta gansa por unas zapatillas cuyos cordones me retan continuamente. Habrá que volver a ensimismarse con lo de siempre, con los horarios de los huertos, de autoconsumo y de los otros, con los horarios de correr, pasear, saltar o de bicicleta, con las distancias de seguridad, las mascarrillas quirúrgicas y de las otras y con las apariciones diarias del entrañable Fernando Simón, el hombre tranquilo que, como dijo Pablo Motos, parece que duerme en el coche.