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El plazo El plazo
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Juanjo Francisco

El acongoje que lleva en el cuerpo le impide hasta respirar bien y la alergia primaveral contribuye a obstruir más las vías respiratorias. Su nariz es un tapón y su voz parece una resonancia de alguien que le está soplando por la boca. El mundo entero se le ha venido abajo y ya le pueden contar milongas, ya, que su desconsuelo solo es comparable a la calentura que siente por dentro, al cabreo sólido que le machaca las sienes: qué me cuentas ni qué me cuentas, viene a pensar.
Está en pleno proceso de interiorización de lo que se le ha venido encima: la desaparición repentina, vía castigazo (piensa él), del eje, el nudo gordiano, lo único potable de la vida, la razón de levantarse por la mañana, de lo más importante de entre todo lo importante. Sin eso, el abismo es una certeza, un túnel sin salida, una pared de dos metros. Y ahí está, impertérrito, apretando sin que se note los dientes, sofocando el soplido, regurgitando el desayuno y tosiendo, eso sí, tosiendo bien porque eso le ayuda a liberar la tensión y evitar un puñetazo, bueno, un puñetacito, en la mesa. Por mucha sorpresa que muestre al conocer lo que le ha ocurrido, poco tiempo después reconocerá que algo se iba cociendo a fuego lento hasta que el guiso ha sido servido. 
La evidencia de la pérdida, sólida y sin plazo de caducidad, es lo que peor lleva. Siempre ha trabajado mentalmente en la futilidad de los días que han de pasar para que todo vuelva a la normalidad, pero ahora no tiene dónde agarrarse e implora la negociación de un calendario, un tope, un final predeterminado que haga de baliza flotante que evite el ahogamiento. La tragedia se consuma pues y, pese a que hay algún resquicio de esperanza sujeto a determinadas condiciones, nada sirve de consuelo porque nada importa ya después de lo que está oyendo. 
Después, con la presión arterial en desescalada, retomará el objetivo único del plazo en el calendario. Reflexionará, claro, pero sin dar pruebas evidentes de ese ejercicio mental. Será el día a día el que inclinará la balanza. El abismo tenebroso al que se asomó se empieza a cerrar cuando escucha que sí, que hay un plazo para la vuelta de la play, que nada es para siempre, aunque aún falta un tiempo para que asuma bien la excepción a esa regla.