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Quince minutos Quince minutos
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Juanjo Francisco

Su pelo había perdido el lustre que yo recordaba y  se desmadejaba sobre los hombros como desvaído, pobre, a merced de un viento tan débil como su propia figura. Ante una lápida corroída ya por el paso del tiempo se mantenía quieta, con la cabeza ligeramente inclinada, pensativa, tal vez algo ensimismada.

Quise imaginar que en esos momentos nada le importaba más que dar rienda suelta a todo el dolor aprisionado que sentía por su pérdida, acaecida ya hacía mucho tiempo, pero revivida cada vez que visitaba aquel lugar una vez al año, impelida quizá por la costumbre y la tradición de las fechas.

Con las manos en los bolsillos de un chaquetón oscuro que solo iba abrochado por un botón, ni siquiera se molestó en colocarse las socorridas gafas que salvaguardan los ojos a la hora de exteriorizar las emociones.  Lloraba quedo, en absoluto silencio. Quiso quitar algo de la placa de mármol con inscripción y la raspó con un dedo.  Un rostro estampado en la piedra parecía como si la mirara.

Quise comprender por un momento hasta desistir de ello después, qué diablos hacía allí plantada, tan quebrada y triste, después de tanto tiempo transcurrido desde aquella muerte.

Había escuchado muchas veces la triste historia, una de esas que periodicamente sacuden los pueblos por su crudeza, y que tan dadas son a preservarse a través de la transmisión oral de la vida, aunque ahora esta tendencia se encuentre amenazada por esa introspección que facilitan los dispositivos móviles, verdadero eje central de muchas existencias, sean cuáles sean sus edades.

Ella, como todos los primeros de noviembre, había vuelto transformada en un ser frágil, lo que nunca fué y lo que en absoluto era, como era público y notorio, para  dedicar quince minutos a hacer de su dolor algo irritantemente físico, posiblemente parecido aquello que los pintores clásicos intentaron plasmar en un lienzo para eternizar el sentimiento de la pena.

Cuando la tumba quedó otra vez sola, entre el ir y venir de la gente, se podía leer destacando sobre la base de un mármol oscuro con una única rosa roja la frase: Te quise pronto.