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Elena Gómez

Pau Gasol, uno de los deportistas más importantes de la historia de nuestro país, ha anunciado que se retira. Aunque puede sentirse orgulloso de sus logros y seguramente se siga dedicando al mundo del baloncesto desde otros ámbitos, es inevitable sentir una punzada de lástima cuando pensamos que una estrella como él va a dejar de ofrecernos un verdadero espectáculo en la cancha.

En estas ruedas de prensa, lo que más me impresiona es ver las lágrimas de emoción de la persona que se muestra ante los medios y ante el público para declarar que su ciclo laboral actual ha terminado. Es inevitable, todos sabemos que la carrera de un deportista es corta y, a pesar de ello, no deja de  impactar ver a hombres y mujeres muy jóvenes explicando que ya nunca más van a competir.

En cierto modo, me siento bastante identificada con ellos. Fue por diferentes motivos, pero era muy joven cuando tuve que renunciar a seguir trabajando en lo que había sido mi oficio hasta entonces. Al igual que Pau, siempre tuve la certeza de que mi período laboral iba a ser relativamente corto, pero el día que me planté delante de mis compañeros para contarles que a los 38 años mi enfermedad me obligaba a pedir la jubilación por incapacidad, las lágrimas brotaron de mis ojos sin control.

Un mundo de posibilidades se abría ante mí, intelectualmente estaba bien y sabía que podría desarrollar ciertas actividades desde la tranquilidad y la calma de un hogar adaptado a mis necesidades. Sin embargo, la sensación de dejar de ser útil a la sociedad y de haber perdido, en cierto modo, la batalla a la degeneración de mi organismo, también abrió una brecha de tristeza y frustración muy difícil explicar.

Tener una discapacidad significa renunciar. Pasamos la mayor parte del tiempo renunciando a actividades que nos gustaría hacer, a trabajar hasta la edad de jubilación o a tener relaciones personales más o menos normales. Supone un gran esfuerzo mantener el ánimo alto y el espíritu de lucha, y hay momentos en los que nuestra debilidad sale a flote.

Por eso entiendo a Pau. Un hombre que lo ha conseguido y lo tiene todo. Que, como yo, se reinventará y será feliz. Pero que ha pasado una de las peores semanas de su vida.