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Hipocresía Hipocresía

Hipocresía

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Elena Gómez

Como norma general, todos somos un poco falsos. Quién no ha soltado alguna vez una mentira piadosa, se ha desdicho de algo que afirmaba con rotundidad o ha fingido sentimientos para obtener algún tipo de beneficio. La educación que recibimos desde niños nos lleva con frecuencia a ocultar nuestros pensamientos debajo de un montón de capas que vamos quitando o añadiendo, según la situación.

La hipocresía tiene muy mala fama, pero es parte de nuestra naturaleza y la sacamos a pasear sin darnos cuenta. Nos ocurre cuando vemos a una amiga que ha engordado y le decimos que está guapísima, cuando inventamos una excusa por llegar tarde al trabajo o cuando les decimos a nuestros padres que anoche salimos de tranquis. Son pequeños gestos que nos evitan conflictos innecesarios y, aún así, estoy segura de que tanto ustedes como yo nos ponemos muy nerviosos cuando los hacemos.

El problema llega cuando se tiene una imagen pública y todo queda grabado en los medios de comunicación y en las redes sociales. Hoy en día es fácil tirar de hemeroteca para pillar en renuncio a cualquiera que se haya puesto delante de una cámara, ya sea del mundo de la política, la farándula o el deporte. Con tantos ojos mirando, analizando los hechos hasta la extenuación, algunos deberían medir más sus actos y sus palabras porque el público en general puede estar aborregado, pero no es idiota.

De ahí mi consejo de esta semana dirigido a aquellos que nos representan de un modo u otro: no abracen a quien quieran apuñalar en el futuro, no digan nada de lo que puedan arrepentirse después, no aplaudan actitudes reprochables por la opinión pública y no prometan lo que no estén seguros de cumplir. Y, en todo caso, una vez que hayan dado el paso, no retrocedan jamás porque siempre habrá alguien capaz de sacarles los colores con imágenes del pasado.

Aunque, pensándolo bien, mis palabras caerán en saco roto… visto lo visto, es más importante seguir en el candelero que dar una imagen de integridad y honestidad. Los nervios por una mentirijilla son cosa de la chusma.