“Rebota, rebota, que en tu culo explota”. Este es el nivel de la política española. Muchos pensarán que estoy obsesionada con la falta de profesionalidad y excelencia de nuestros dirigentes, pero resulta que yo la he vivido por dentro y, aunque fue a nivel local, salí de ella despavorida.
Los humanos somos corruptos por naturaleza, por eso es necesaria la existencia de la ética para recordarnos que seguir las normas beneficia a todos por igual. Es inaceptable lo que está ocurriendo a nuestro alrededor, no solo se trata de las tramas de corrupción, sino del teatro que se monta alrededor para tejer telarañas y cortinas de humo que nos hagan mirar a otra parte.
El cuestionamiento continuo de la justicia, las acusaciones cruzadas, las cabezas de turco, las declaraciones grandilocuentes, los intereses electoralistas, el sucio manejo de los medios y las redes sociales, la manipulación de la opinión pública y un largo etcétera que nos hacen sentir a los ciudadanos como verdaderos idiotas el día que vamos a meter la papeleta en una urna.
Si no han visto la serie de televisión Vota a Juan, se la recomiendo encarecidamente. Con todo lo que está pasando en los últimos días, no hago más que recordar la vergüenza ajena que pasé cuando la vi. Es un reflejo claro, un tanto histriónico y en clave de humor, de los tejemanejes de esas personas cada vez más mediocres que mueven los hilos de nuestros destinos.
Cualquier cargo público puede poner un Koldo en su vida, sale barato tener un mercenario que cargue con toda la culpa, pero también estamos presenciando a diario cuán alargada es la sombra de las familias o cómo se toman decisiones carentes de humanidad y por interés propio, sobre todo económico. Incluso cuando parecía que el mundo se venía abajo. Todos los partidos deberían hacer una limpieza extrema para convencernos de que algo puede cambiar. Aunque, hoy en día y visto lo visto, me parece imposible.