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Vandalismo climático Vandalismo climático

Vandalismo climático

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Elena Gómez
Cuando hay una noticia que, a priori, no me gusta, procuro serenarme e intento analizar todos los puntos de vista para comprender mejor por qué ocurren algunas cosas. Sin embargo, a pesar de mis buenas intenciones para manejar la información con ojo crítico, criterio propio y, a la vez, formarme una opinión moderada y sosegada, muchas veces me es imposible.

Hay momentos en los que me siento delante del telediario y me transformo como la niña del exorcista, mi boca parece la mismísima puerta del infierno y tiro por tierra la imagen que muchos tienen de mí como persona serena y contenida. Vivimos tiempos extraños, convulsos y un tanto enrarecidos, pero se dan situaciones que son por completo surrealistas y que no tienen justificación bajo ninguna circunstancia.

Es el caso de los activistas contra el cambio climático que se están dedicando a destrozar obras de arte a lo largo y ancho de este mundo. Por más que me lo expliquen, no puedo entender la finalidad del asunto. Soy partidaria de que estos movimientos reivindicativos existan, necesitamos mayor conciencia sobre los retos medioambientales que se nos están planteando (y seguirán haciéndolo) y solo con puestas en escena radicales somos capaces de detenernos y recapacitar sobre ello durante unos minutos.

No obstante, el fin no siempre justifica los medios. Se pueden crear performances para llamar la atención de los gobiernos y la opinión pública, pero no consigo ver el nexo de unión con el vandalismo contra obras de arte de valor incalculable. De hecho, estoy convencida de que están consiguiendo todo lo contrario de lo que pretenden. En lugar de despertar conciencias, están despertando nuestra antipatía por su movimiento.

Pocas cosas son más ácidas que un bote de tomate, me habría destrozado el alma ver arruinado el cuadro de Los Girasoles de Van Gogh. Y doy gracias a la previsión de los responsables del mismo por tenerlo protegido con un cristal. Quizá el daño que le estamos haciendo a nuestro planeta todavía tenga remedio. Pero la pérdida de una obra de arte es irreparable.