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Camino Ibarz

El otro día un amigo me llamó rancia cuando le di las gracias por un ofrecimiento muy amable que me había hecho. Repliqué que no era rancia, si no educada, pero tampoco es la educación el motivo principal de mi respuesta, de mi gratitud. Dar las gracias significa muchísimo más en mi modo de ver las cosas. Significa dar valor a la otra persona, significa ser consciente del acto de alguien hacia ti. Es un momento mágico. Está comprobado científicamente que la gratitud puede tener efectos positivos en la salud mental, pero tampoco es por lo que doy las gracias hasta por lo que pudiera parecer más ínfimo. Mi gratitud, parte del alma, del corazón, es un sentimiento. Un sentimiento de bien hacia otra persona o personas, e incluso hacia la vida que me ha tocado vivir. Creo que la gratitud trata de demostrar respeto y de valorar en su justa medida a los demás, ayuda a fortalecer vínculos además de con las personas, con los lugares.

Así mismo la lealtad, como la gratitud, es otro sentimiento esencial para mí. Un sentimiento de respeto a los compromisos establecidos con otra persona, o con una misma. Algo se me tambalea profundo cuando se rompe esa lealtad y no se respeta el compromiso adquirido, porque considero que es una parte fundamental de la vida humana, y que es la base principal de la amistad. Aunque, como bien explica Simón Keller en “Los límites de la lealtad”, la lealtad es también susceptible de errores. Y sí, prefiero convencerme de que cometemos errores, a considerar que la lealtad es un valor que pasa por horas bajas. Aunque si se suceden este tipo de errores, se termina con la confianza, otro esencial en la vida y motor fundamental que nos mueve a casi todas las personas, que nos ayuda a tomar decisiones. Siento que estoy un poco rayada con esto porque observo cada día como merma la lealtad entre las personas, en todos los ámbitos. Otro gallo nos cantaría si lealtad y respeto se auparan a los primeros puestos entre los ideales que nos activan y nos hacen funcionar.

La amistad, la lealtad, la confianza y la gratitud son esenciales para vivir. Hay que cuidarlas, alimentarlas y fomentarlas entre las personas y hacia nosotras mismas. Quien las tenga y ejerza es persona afortunada, aunque a veces sean fuente de pesar.