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Peluso Peluso
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Javier Lizaga

Lo recuerdo siempre con el uniforme: pantalón de trabajo y sonrisa burlona. Aun tengo dudas de si arreglaba todo lo que se rompía en el colegio o si realmente se dedicaba a repartir buen humor, pero sí, en general, podría decirse que hacía que el mundo fuera un poco mejor, que es mucho. No conozco una queja de él, ni una mala respuesta, como no hubo una vez que admitiera que habíamos ganado justamente al Barsa. Podría tratarte de vividor, reírse al verte como padre, meterte caña en general o recordarte que el Barsa iba a volver a ganar la Liga. “Déjate de infancias y mírame a mí, que soy de verdad”, dice un verso de Karmelo Iribarren, cuando un aguacero le pone en el sitio.

Me gustó que el cura, después de hablar bien de él, dijera “no exagero, era así”, tan simple como cierto, y casi disculpándose nos recordara que a él, a Peluso, no le hubiera gustado tanta lindeza. Ya ven. Estuvimos tan de acuerdo que nadie dijo nada, solo disimulamos alguna lágrima. Para mí, además era el padre de un amigo. Cuando lo pillaba cenando en la mesa de la cocina, siempre “siéntate”, si aparecías por Villarquemado, puerta grande y visita a las nuevas adquisiciones, incluida esa plaza de toros en miniatura, típica de esos que se han tenido que fabricar ellos mismos hasta los sueños. Si había alguien nuevo había que sacar a relucir la visita a Paquirri, con la Pantoja incluida, y ya había fiesta. Nicanor Parra escribió de su padre que era una ventana abierta.

Cantamos con el alma, escribió José Hierro, aunque no entienda nadie el canto. Vivimos y morimos las muertes de otros. Cargamos con ellas, nos piden morir un poco y aun así vivimos, sabiendo que hemos nacido para esto. Uno nunca está preparado para despedirse de alguien como Luis Miguel, igual que uno nunca piensa en respirar, ni por qué gira todo esto. Son las cosas que mantienen la lógica, que te hacen ser buena gente, por empatía, por admiración.

“Tú te vas papá, tú te vas, pero quedan los árboles que plantaste”, le dedicó mi amigo David. Sin quebrarse. Y me dí cuenta de que ellos, sus hijos, sus nietos y todos los que han estado cerca son también los más afortunados, porque le han tenido cerca, porque han disfrutado de un hombre tan humilde como genial. Y que nos deja la responsabilidad de seguir intentando arreglar esto.