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Nuria Andrés
La dana tiró abajo los puentes de Picanya, Cheste, Paiporta y Buñol, pero la desolación de esta tragedia también construyó otros entre nosotros. Entre las víctimas y los demás. Entre los afectados y los que no lográbamos entender cómo había podido ocurrir. Cómo nadie había sido capaz de prevenir este desastre.

En esos momentos, nos perdíamos entre cifras. 229 muertos. Una calamidad. Una desgracia. Hay pueblos de Teruel con menos habitantes que todos los que murieron ese 29 de octubre de 2024.

Un año después, el barro ya no está y el lodo tampoco, pero sigue el silencio de aquellas familias para las que el 29 de octubre fue el día 0. Porque el dolor no se ha movido de su sitio, por mucho que cientos de máquinas hayan pasado por las calles de los municipios devastados limpiándolo todo. Dolor que ya es rabia y desgarro.

Un desgarro que araña el corazón de Victoria. Perdió a su marido y a sus perros y aún recuerda esa última llamada que recibió a las 20:10. Un minuto antes de que sonara la alarma. Una alarma que, a esas horas, ya no servía para nada.

Las lágrimas de Dolores, que sufre porque sus dos hijos y su marido ya no están. O la rabia de Rosa, que todos los días lucha por dar voz a personas que, como ella, desde aquel día no han vuelto a escuchar la voz de su padre. Al recordar a sus familiares, hay una frase que les resquebraja la garganta: “Les dejaron morir”.

“Somos la rabia que nos han obligado a sentir”, dice una canción de Viva Suecia y esa estrofa bien podría haber sonado en el funeral de Estado que se celebró en recuerdo a las víctimas de la dana. 

Ese día de octubre de 2024 no se estuvo a la altura y esa misma fecha, un año después, tampoco. A las víctimas les quitaron todo y por eso, se merecen todo. Que se cumplan todas sus peticiones. Ruegos que hacen para que la vida no sea tan dura. Y no se cumplieron, ese día pidieron una sola cosa y una vez más, no se les escuchó. Al que no lo hizo, le toca irse.