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Nuria Andrés

Una vez en la universidad, tuvimos que escribir un reportaje sobre geoingeniería climática. Salimos del paso como pudimos, leyendo no más de una decena de estudios, pero, para nuestra sorpresa, luego nos ofrecieron participar en una mesa redonda para hablar de este tema.

Yo no fui porque, en verdad, no tenía ni idea de este asunto y no quería hacer el ridículo, pero mi compañera sí fue y me dijo que no le daba miedo porque, lo importante, en esos casos, “era hablar” y llegada la situación de no tener argumentos, respaldarte tras un “esa es mi opinión”.

Me he acordado mucho de esas palabras estos últimos meses. Sobre todo, leyendo a todos esos hombres preocupados por cuántos agresores iban a salir de la cárcel con la ley del solo sí es sí. Curiosamente, son los mismos que antes estaban preocupados por si las prisiones se llenaban de inocentes con esa misma ley. O son parecidos a aquellos que aplaudieron a Álvarez de Toledo cuándo señaló a las mujeres y preguntó si, de verdad: “¿Un silencio es un no?”.

Los mismos hombres que viven indignados porque el 19 de noviembre (Día Internacional del Hombre) nadie sale a la calle. Será que ellos no tienen que reivindicar que por la noche tienen derecho a andar solos.

Aquellos que, cuando les hablan de la brecha de género, exigen que se les diga un oficio en el que las mujeres cobren menos que los hombres. O que te recuerdan cada día que las feministas de verdad son las mujeres de Afganistán o las madres y abuelas de hace 50 años. Sí, aquellas que tenían que callarse cuando el marido les pegaba en casa.

Quienes, ante un caso de violación, lo primero que piden es el pasaporte del agresor, si es extranjero, es culpable, pero, ¿si es español? entonces, habrá que ver cómo iba vestida la víctima o si es cierto que no disfrutó.

Frases huecas que se hacen eco entre el ruido de quienes no tienen ni idea sobre las desigualdades en la sociedad, pero que, ante la ignorancia y en caso de no tener argumentos, “lo más importante es hablar”.