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Una llama Una llama
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Nuria Andrés

“Cuando no sepas de qué hablar, habla del tiempo”, me decían de pequeña. Después, con el paso de los años, en esta frase, cambiamos “tiempo” por “pandemia” y ahora, por la Guerra de Ucrania. Hace un año, cuando también nos encontrábamos en marzo, en Europa sentíamos que el fin del mundo estaba a la vuelta de la esquina. Hoy leemos titulares de miles de muertes, escasez de energía, sanciones, envíos de tanques…. y, muchas veces, lo acompañamos simplemente con un socorrido: “Ah sí, lo de la guerra de Ucrania”.

Ya no nos alteran, o al menos, no lo hacen como antes, los reportajes que llegan de los horrores del país de Zelenski y que los lectores dejemos de pensar que algo es noticia, también se convierte en noticia.

El pasado 25 de febrero, los periódicos hablaban de ataques masivos rusos contra Ucrania y miles de civiles se enfrentaban a la muerte. Mientras tanto, en Alemania, otros miles pedían la paz en Ucrania en un frío día en la capital del país. Yo pensé que eso, los europeos lo habíamos pedido desde el principio, pero lo que demandaban, en verdad, era el cese del envío de armas por parte de las potencias europeas. Eran, según ponía, en su mayoría, octogenarios que recordaban como a sus padres o incluso a algunos de sus hermanos les habían mandado a luchar a batallas como la guerra civil española; o pensaban en los tiempos en los que su país envíaba armas de combate a otros territorios. Por eso, repetían, una y otra vez, que no querían meterse en otra guerra.

Ahí me acordé de que en muchos cementerios de España hay tumbas de alemanes e italianos que lucharon en batalla. En Alcañiz, sin ir más lejos, recuerdo una retahíla de cruces blancas que de pequeña veía y nunca llegaba a entender por qué no estaban descansando en su país y con sus familiares. Claro, pues porque muchos incluso llevan la inscripción de “soldado ignoto”, que quiere decir, en español, “soldado desconocido”.

La guerra traspasa muchas fronteras y el envío de armas, cazas o tanques aviva una llama que no sabemos quién podrá ver apagar.