Me contaba esta semana una compañera de profesión el caso de su familia, dividida entre gente que es de Aragón y gente que es de Cataluña, y el grupo que tienen en WhatsApp.
Algunos de los primeros aprovechaban cada año el 12 de octubre para colgar imágenes de la Vírgen del Pilar y banderas de España y felicitar el Día de la Hispanidad o el día 23 de abril para compartir banderas de Aragón. Los segundos, no dejaban pasar la Diada para poner fotos de esteladas y frases como “¡Visca Catalunya!”
Ningún problema...hasta ahora.
Me explicaba esta periodista, entre risas un tanto amargas, que el pasado domingo tuvieron que ‘reconstruir’ ese grupo de guasap, porque muchos de los participantes se habían dado de baja en los últimos días; se habían salido para no seguir discutiendo entre ellos.
Otra compañera, nacida en Barcelona, donde reside buena parte de su familia, me reconocía que sus hijos, que viven aquí, se habían largado de otro grupo familiar, hartos de la tensión y las discusiones suibdas de tono entre los opositores al referéndum y los que mañana van a votar ‘sí’.
Que levante la mano quien no haya tenido en los últimos días alguna fricción con familiares, amigos, conocidos o compañeros de trabajo a cuenta del referéndum.
Y todo es muy lógico. El enconamiento en el debate de los defensores del ‘sí’ y los detractores del 1-O se ha ido ensanchando en los últimos días y ya nadie escucha a nadie, solo el ruido ensordecedor que rodea cualquier intento de hablar.
Y eso está pasando aquí con gente de aquí y de allí, por lo que no me quiero ni imaginar lo que debe pasar en los grupos familiares de allí, de Cataluña, donde haya votantes de la CUP y militantes de Ciudadanes, solo por poner un ejemplo.
Cuando hagamos balance de todo lo que ha pasado en los últimos días y de todo lo que vaya a pasar en las próximas semanas, no olvidemos poner a los grupos familiares de WhatsApp como víctimas colaterales del conflicto. Y ya veremos si esos grupos son los mismos en Navidad.
Vengo del futuro, ya se ha ido la nieve y vamos todos en chanclas. Ahora lloriqueamos por las esquinas porque hace calor.
El Wallapop está petado de gente que vende palas y trineos para niños e incluso hay uno al que le urge deshacerse de una motonieve, que dice que la compró porque se vino arriba y ahora no le cabe en el trastero. Lo mismo le ha pasado a una chica con cuatro Huskys siberianos.
Bello, donde hizo un frío que peló durante Filomena, no ha vuelto a salir en los medios. Royuela, sí, pero por el encierro de los toros.
Dentro de unos meses, España se unirá a Bélgica, Holanda, Luxemburgo, Canadá y Colombia como los únicos países con una ley que regula la eutanasia, que no es otra cosa que tener la opción de poner punto final a tu vida cuando sufres una enfermedad incurable y que te hace sufrir hasta límites insospechados.
Este asunto, que se lleva debatiendo desde hace tiempo, levanta enormes polvaredas, al juntar cuestiones éticas, morales, religiosas o médicas en una coctelera que se agita muchas veces sin tener en cuenta la opinión de los protagonistas de la h...
La misma semana que hemos conocido que noviembre fue el mes más terrorífico de la pandemia -90 muertos en la provincia de Teruel-, el Gobierno central y las CCAA han pactado las normas para la próxima Navidad.
Hace unos días nos dejaron caer que permitirían reuniones familiares de seis personas y de repente han subido la ratio a diez.
Además, nos podremos mover entre territorios solamente diciendo que vamos a casa de nuestra familia o de “un allegado”, lo que en la práctica significa barra libre en los desplazamientos.
La portada del viernes de este periódico no tenía ninguna imagen ilustrativa. Era simplemente una cifra (229) repetida tres veces y contextualizada con unas breves frases.
229 son los habitantes de Perales del Alfambra y 229 es el número de personas que han muerto y que ya no están con nosotros por culpa de un virus que apareció sin mucho ruido allá por el mes de febrero y que ha puesto nuestra vida, nuestra sociedad y nuestra economía patas arriba.
Reconozco que los periodistas -y supongo que también la sociedad en general- hemos perdido...
Trabajar en DIARIO DE TERUEL me permite vivir acodado en un balcón desde el que se ve pasar el día a día de esta provincia, estando al cabo de la calle de lo que se cuece en los hervideros políticos, sociales, culturales o deportivos.
Y desde esta atalaya privilegiada, que lo es, se detecta fácil a los tipos de personas que habitamos en este territorio común, vasto, grande e inabarcable, lastrado por nuestro problema endémico de ser cuatro gatos.
De todo ese tipo de paisanaje, hay dos que se replican con cierta frecuencia.
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Me contaba esta semana una compañera de profesión el caso de su familia, dividida entre gente que es de Aragón y gente que es de Cataluña, y el grupo que tienen en WhatsApp.
Algunos de los primeros aprovechaban cada año el 12 de octubre para colgar imágenes de la Vírgen del Pilar y banderas de España y felicitar el Día de la Hispanidad o el día 23 de abril para compartir banderas de Aragón. Los segundos, no dejaban pasar la Diada para poner fotos de esteladas y frases como “¡Visca Catalunya!”
Ningún problema...hasta ahora.
Me explicaba esta periodista, entre risas un tanto amargas, que el pasado domingo tuvieron que ‘reconstruir’ ese grupo de guasap, porque muchos de los participantes se habían dado de baja en los últimos días; se habían salido para no seguir discutiendo entre ellos.
Otra compañera, nacida en Barcelona, donde reside buena parte de su familia, me reconocía que sus hijos, que viven aquí, se habían largado de otro grupo familiar, hartos de la tensión y las discusiones suibdas de tono entre los opositores al referéndum y los que mañana van a votar ‘sí’.
Que levante la mano quien no haya tenido en los últimos días alguna fricción con familiares, amigos, conocidos o compañeros de trabajo a cuenta del referéndum.
Y todo es muy lógico. El enconamiento en el debate de los defensores del ‘sí’ y los detractores del 1-O se ha ido ensanchando en los últimos días y ya nadie escucha a nadie, solo el ruido ensordecedor que rodea cualquier intento de hablar.
Y eso está pasando aquí con gente de aquí y de allí, por lo que no me quiero ni imaginar lo que debe pasar en los grupos familiares de allí, de Cataluña, donde haya votantes de la CUP y militantes de Ciudadanes, solo por poner un ejemplo.
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