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Malestar general (III)

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Fernando Arnau

En una entrevista reciente (La Vanguardia, 06/III/ 2018), Christophe Dejours, Catedrático de Psicoanálisis-Salud-Trabajo parisino, expresa la contundente afirmación de que “la degradación del trabajo que ha instaurado el modelo neoliberal nos enferma”, dando a entender que tal situación para nada hace pestañear a sus promotores. Es fácil colegir que tendrán que pasar décadas para que se erradique la enfermedad.
No está de más reflejar el cambio organizativo, convertido en evidencia generalizada, de que en el mundo de la empresa “los técnicos e ingenieros han sido reemplazados por gestores”, y que las condiciones de trabajo actuales propician el que “nunca se habían visto tantas prejubilaciones”.
Dado que la realidad de la que parte Dejours es la del país vecino, que no difiere de la nuestra, no es descabellado dar por “universal” la conclusión de que “hoy la mano de obra se basa en la subcontratación en cascada, el trabajo precario”, a lo que habrá que añadir que el fenómeno propicia una morbosa productividad que puede sintetizarse en un MÁS POR MENOS según aumentan los niveles de subcontratación. Hoy por hoy, “las multinacionales y los estados prefieren perder en calidad y en salud mental y ganar en dominio y control, porque eso debilita la posibilidad de que la gente se organice y proteste”… ”. Con la triste constatación de que “¡En Francia ya no hay huelgas!”
Dejours entiende que el trabajo debe organizarse de otra manera; obviedad a la que puede añadirse la certeza de que seguimos instalados en un estado de cosas, creado y acentuado en los últimos años, cuya corrección, dada la connivencia de los poderes públicos con sus creadores, suponen una dilatación temporal de las medidas correctivas del modelo operativo (gestores, recursos humanos, supervisores, etc.). Los retos del futuro inmediato derivados de la robotización y la evidente despersonalización de los nuevos modelos productivos, no dan cabida al optimismo.
Todo ello garantiza un horizonte de permanencia indefinida del actual malestar general, que sería bonito (milagroso) poder solucionar con el simple acto de introducir una papeleta en una urna cada cuatro años.