De padre Escocés, madre tinerfeña, donde se crió y vivió hasta 2009, y residente en Alemania. La multiculturalidad que caracteriza a Alistair Adam Hernández no le ha convertido, sin embargo, en un cosmopolita amante de las grandes capitales, sino en un joven enraizado y tremendamente interesado por el mundo rural. Fruto de ese interés, se marchó a tierras germanas para continuar con su formación tras un año de Erasmus y haber finalizado sus estudios de empresariales. Una vez allí, comenzó a especializarse en campos relacionados con el desarrollo rural y regional. Ahora, trabaja en su doctorado sobre resiliencia rural como investigador para la Universidad de Ciencias Aplicadas y Arte, situada en Göttingen, en colaboración conla Universidad de Vechta.
Actualmente, apenas dos semanas después de su llegada, Alistair ya colabora estrechamente con la Asociación para el Desarrollo Rural Integral de la Sierra de Albarracín, donde le han acogido y desempeña su trabajo. Ya cuenta con 30 entrevistas programadas para estos meses, en los cuales tratará de empaparse de la cultura social de la Sierra de Albarracín con el objetivo de llegar a conclusiones prácticas que puedan ser aplicables para los pueblos de la zona. Su estudio tiene vocación de trascender lo académico y convertirse en una herramienta práctica para encontrar vías de desarrollo el mundo rural.
El propio Adam reconoce que la ambiguedad del concepto de resiliencia puede despertar algunas dudas sobre su trabajo. Ante esta indefinición, él prefiere establecer su enfoque desde una perspectiva positiva. “En realidad es una metáfora para decir que observamos un sistema (en este caso los pueblos) que es capaz de adaptarse al cambio (la despoblación)”, comenta. Sin embargo, también añade que, contra la habitual perspectiva negativa de la vida en el pueblo, él defiende que “la vida rural es más respetuosa con el planeta, está más cercana a valores humanos”. Además, asegura que el concepto de ‘pueblos resilientes’ a menudo se utiliza para señalar a aquellos que no lo son, mientras que él prefiere simplemente apuntar que algunos lo son más y otros menos, pudiendo cambiar con acciones estas gradaciones y sin establecer valores absolutos.
Para este proyecto, que comenzó a mediados de 2016 y para el cual cuenta con un plazo de tres años y medio, Alistair estuvo alrededor de un año leyendo y empapándose de trabajos previamente escritos sobre el tema y viendo cómo podía aplicarlos a su campo de estudio. De esa manera, desarrolló una tesis basada en los campos de la psicología, la ecología social y el desarrollo comunitario. Sin embargo, su proyecto no se limita al ámbito académico, sino que posteriormente se lanzó con su coche a recorrer zonas rurales en las que pudiera aprender y ver ejemplos de esa resiliencia rural que había acotado en la teoría. Este viaje, le llevó recientemente a Wooler, al noreste de Inglaterra, durante los meses de abril, mayo y junio. Ahora le ha traído a la Sierra de Albarración y finalmente le llevará a zonas rurales de Alemania. Curiosamente, los tres países que forman parte de su multicultural identidad.
En estas visitas, el investigador se entrevista con actores sociales clave de las regiones para averiguar qué hace a estos territorios tan activos. También entrega un cuestionario a vecinos de la zona con preguntas relacionadas con la temática. De esta manera, consigue una perspectiva mucho más enraizada en la realidad y más despegada de la frialdad de los números de un estudio centrado en lo cuantitativo, algo de lo que pecan muchas investigaciones del gremio.
En su paso por Gran Bretaña, pudo observar ciertas vías por las que la despoblación en los pueblos podría mejorar. La primera es la profesionalización de las asociaciones proporcionando apoyo, logístico y económico, para aquellas que dinamizan el mundo rural. La segunda, la importancia de proyectar una imagen positiva del mundo rural y alejarse del pesimismo. Y la tercera, la necesidad de los pueblos de defender sus valores no a través de datos, sino transmitiendo historias humanas.
Ahora, ya aterrizado en Teruel, cuenta con algunas primeras impresiones sobre la provincia. En lo personal, se queda con “vivir en tus propias carnes lo que significa el aislamiento”. En cuanto a lo referente al estudio, aunque todavía tiene todo el trabajo por hacer, en la Sierra de Albarracín ya aprecia ciertas particularidades. Entre ellas, una red de actores sociales “más grande” de la que esperaba, o la necesidad de crear una conexión entre el mundo rural y el urbano para aumentar la concienciación y el conocimiento entre ambos.
En cuanto a posibles soluciones para la despoblación, el investigador apunta que no dependen tanto de ideas o proyectos concretos, sino de un cambio en la forma de organización y proceder a nivel local. Esto, comenta que supondría “una ruptura del sistema organizativo a nivel local tal y como lo conocemos”, por lo que la oposición al cambio es un factor esperable que superar.
De padre Escocés, madre tinerfeña, donde se crió y vivió hasta 2009, y residente en Alemania. La multiculturalidad que caracteriza a Alistair Adam Hernández no le ha convertido, sin embargo, en un cosmopolita amante de las grandes capitales, sino en un joven enraizado y tremendamente interesado por el mundo rural. Fruto de ese interés, se marchó a tierras germanas para continuar con su formación tras un año de Erasmus y haber finalizado sus estudios de empresariales. Una vez allí, comenzó a especializarse en campos relacionados con el desarrollo rural y regional. Ahora, trabaja en su doctorado sobre resiliencia rural como investigador para la Universidad de Ciencias Aplicadas y Arte, situada en Göttingen, en colaboración conla Universidad de Vechta.
Actualmente, apenas dos semanas después de su llegada, Alistair ya colabora estrechamente con la Asociación para el Desarrollo Rural Integral de la Sierra de Albarracín, donde le han acogido y desempeña su trabajo. Ya cuenta con 30 entrevistas programadas para estos meses, en los cuales tratará de empaparse de la cultura social de la Sierra de Albarracín con el objetivo de llegar a conclusiones prácticas que puedan ser aplicables para los pueblos de la zona. Su estudio tiene vocación de trascender lo académico y convertirse en una herramienta práctica para encontrar vías de desarrollo el mundo rural.
El propio Adam reconoce que la ambiguedad del concepto de resiliencia puede despertar algunas dudas sobre su trabajo. Ante esta indefinición, él prefiere establecer su enfoque desde una perspectiva positiva. “En realidad es una metáfora para decir que observamos un sistema (en este caso los pueblos) que es capaz de adaptarse al cambio (la despoblación)”, comenta. Sin embargo, también añade que, contra la habitual perspectiva negativa de la vida en el pueblo, él defiende que “la vida rural es más respetuosa con el planeta, está más cercana a valores humanos”. Además, asegura que el concepto de ‘pueblos resilientes’ a menudo se utiliza para señalar a aquellos que no lo son, mientras que él prefiere simplemente apuntar que algunos lo son más y otros menos, pudiendo cambiar con acciones estas gradaciones y sin establecer valores absolutos.
Para este proyecto, que comenzó a mediados de 2016 y para el cual cuenta con un plazo de tres años y medio, Alistair estuvo alrededor de un año leyendo y empapándose de trabajos previamente escritos sobre el tema y viendo cómo podía aplicarlos a su campo de estudio. De esa manera, desarrolló una tesis basada en los campos de la psicología, la ecología social y el desarrollo comunitario. Sin embargo, su proyecto no se limita al ámbito académico, sino que posteriormente se lanzó con su coche a recorrer zonas rurales en las que pudiera aprender y ver ejemplos de esa resiliencia rural que había acotado en la teoría. Este viaje, le llevó recientemente a Wooler, al noreste de Inglaterra, durante los meses de abril, mayo y junio. Ahora le ha traído a la Sierra de Albarración y finalmente le llevará a zonas rurales de Alemania. Curiosamente, los tres países que forman parte de su multicultural identidad.
En estas visitas, el investigador se entrevista con actores sociales clave de las regiones para averiguar qué hace a estos territorios tan activos. También entrega un cuestionario a vecinos de la zona con preguntas relacionadas con la temática. De esta manera, consigue una perspectiva mucho más enraizada en la realidad y más despegada de la frialdad de los números de un estudio centrado en lo cuantitativo, algo de lo que pecan muchas investigaciones del gremio.
En su paso por Gran Bretaña, pudo observar ciertas vías por las que la despoblación en los pueblos podría mejorar. La primera es la profesionalización de las asociaciones proporcionando apoyo, logístico y económico, para aquellas que dinamizan el mundo rural. La segunda, la importancia de proyectar una imagen positiva del mundo rural y alejarse del pesimismo. Y la tercera, la necesidad de los pueblos de defender sus valores no a través de datos, sino transmitiendo historias humanas.
Ahora, ya aterrizado en Teruel, cuenta con algunas primeras impresiones sobre la provincia. En lo personal, se queda con “vivir en tus propias carnes lo que significa el aislamiento”. En cuanto a lo referente al estudio, aunque todavía tiene todo el trabajo por hacer, en la Sierra de Albarracín ya aprecia ciertas particularidades. Entre ellas, una red de actores sociales “más grande” de la que esperaba, o la necesidad de crear una conexión entre el mundo rural y el urbano para aumentar la concienciación y el conocimiento entre ambos.
En cuanto a posibles soluciones para la despoblación, el investigador apunta que no dependen tanto de ideas o proyectos concretos, sino de un cambio en la forma de organización y proceder a nivel local. Esto, comenta que supondría “una ruptura del sistema organizativo a nivel local tal y como lo conocemos”, por lo que la oposición al cambio es un factor esperable que superar.
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