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Javier Lizaga

La realidad siempre es más jodida que una pesadilla. El asesino de la Puebla de Híjar había vuelto a matar a una mujer 16 años después. Y para matarnos un poco a todos, a nuestras esperanzas porque es como un hijodeputa gritando “veis, no ha cambiado nada en 16 años”.

El juicio contra Jose Javier Salvador fue el primero de envergadura que me tocó cubrir. Echaba horas extras y descuidaba el resto con la desmesura de un becario de provincias contratado de auxiliar pero único redactor en una radio de esas que presume de cubrir toda España. Lo primero que aprendes es que un juicio destapa más las miserias que la realidad.

En el juicio por primera vez me di cuenta de ese desfase que hay entre cómo hablan los jueces y cómo piensa la sociedad. Todavía sigo poniendo de ejemplo cómo Salvador se libró del agravante de ensañamiento porque la mató en el primer disparo. A pesar de cargar tres veces la escopeta y disparar 11 veces y por todo el cuerpo a su mujer. Todavía recuerdo cómo la abogada de Salvador, ahora su amante y asesinada, basó su defensa en que su esposa le había sido infiel. Ahí no hubo diversidad de términos: no había amantes, los mensajes en que le llamaban “cornudo” eran invenciones. Sin embargo, era muy real que “ella vivía en una jaula de oro”, dijo su madre. Eso me impactó más que las imágenes de la autopsia. El relato de una mujer que había querido ser ella, que había querido ser alcaldesa y a quien su marido, quien la piropeaba días antes en un mitin, había decidido matar como si fuera el dueño de algo que se le escapaba. Pero como dice Chimamanda Ngozi, las personas más cualificadas para ser líderes ya no son los más fuertes. Eso también se acabó.

16 años después existe la tentación de echarle la culpa al sistema. Como un ente vacío que nos deja dormir en paz. A quienes dejaron salir de la cárcel a un miserable. Eso tiene que cambiar no hay duda. Pero también pienso en que hemos fracasado todos con ellos. Los que conocieron de cerca ambas relaciones y no intervinieron. Y también a los que la contamos y a muchos que la leen. No son historias de celos, o relaciones morbosas o errores, de eso tenemos todos, son miserables que se creen lo que no son. Y debemos pararlos entre todos.