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Toni Fernández

Por cuestiones laborales he estado “viviendo” una semana en Madrid, una semana diferente, se puede decir que un pelín estresante…   Después de los años universitarios, donde estar en una ciudad como Zaragoza es una pequeña historia de vida, donde no eres realmente consciente del día a día de una verdadera ciudad. Con 20 años todo mola, si hay que coger el bus para cruzarte media ciudad, ¿qué problema hay? Ahora pasar más de 20 minutos en un bus o un metro es un verdadero engorro. 

Volvamos a Madrid, allí el tiempo pasa más deprisa, todo el mundo va corriendo de aquí para allá, incluso los domingos, vaya ritmo de vida. Salgo de casa a primera hora de la mañana, unos 26 kilómetros me separan del centro de trabajo, da igual a la hora que salga, en cuanto conduzco un par de calles para entrar en esa conocida M-30 ahí están, decenas, cientos, yo que sé si miles de coches formando una gran serpiente encima del asfalto… pero de dónde sale tanta gente. Bueno pues paciencia, no queda otra, 50 minutos más y ya estoy en el trabajo… a la vuelta todo igual, otros tres cuartos de hora y de nuevo en casa. Total más de una hora y media subido en el coche todos los días. 

Entonces me viene a la mente la pregunta de uno de mis compañeros (él es de Barcelona): ¿Tú cuánto tiempo tienes hasta tu trabajo? Y es cuando me viene la media sonrisa a la cara, unos 10-15 minutos, y eso que trabajo en el polígono, pero sin retenciones, sin agobios, sin prisas. Veo su suspiro en la cara y pienso que soy un privilegiado. 

Las ciudades grandes están bien, claro, pero para ir de vacaciones o fin de semana. Eso de vivir un día a día de esa manera durante muchos años es algo a lo que hay que acostumbrarse, vivirlo y estar preparado. Vuelvo la vista a nuestra ciudad, recuerdo cómo cuando llueve todos cogemos el coche y la ronda se llena de autos, qué agobio, y me vuelve a salir la media sonrisa, que privilegiados somos. 

Es por eso que a muchos de nosotros, la mayoría, nos encanta vivir en nuestra ciudad, tenemos todo a un paso, incluida la naturaleza y el campo. Que nos faltan muchas cosas, desde luego, no somos demasiados como para tenerlo todo, pero lo que sí es fundamental es tener esos servicios básicos que no son un privilegio, sino un derecho como ciudadanos, y que a veces se empeñan en quitarnos y otras simplemente en no darnos.