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Una etapa más Una etapa más
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Juanjo Francisco

Es inevitable volver aquí a lo sucedido el pasado 31 de marzo en Madrid, una ciudad que llevaba dos meses sin ver la lluvia y que, precisamente ese domingo, fue visitada por un agua primaveral que calaba sin prisa pero sin pausa. Qué lindas metáforas podrían construirse  alrededor de la lluvia, la manifestación de la gente del campo y todo eso; pero no es tiempo de figuras literarias. Aún así había aquel día en el corazón de Madrid algo de poesía, poquita sí, pero suficiente para dejarse notar entre tanta prosa. Poético fue ver los rostros de los manifestantes bajo la persistente lluvia, agrupados bajo una causa común que empezó siendo pintoresca, por lo inusual, para terminar en algo más contundente, de reclamación social, vaya. De todo aquello quedan unos días en los que no se ha parado de hablar de nosotros, las gentes de los despoblados y tal, especímenes entre lo exótico y lo desconocido...y poco más.
Pero sucedió. El 31M fue real, la culminación de muchos años de trabajo en algunas zonas y el comienzo de algo, qué caray, un tanto guay para algún que otro territorio que se ha incorporado recientemente a la nueva ola esta. Noté cierto afán de protagonismo incomprensible entre las gentes que esgrimían pitos y pancartas, como de moda reciente, que está muy bien, que es entretenida. No sé, tal vez me esté dejando llevar por falsas impresiones. Los intríngulis de la movilización solo lo sabrán bien los que la organizaron y ya está.
Por lo que a Teruel respecta, se ha cubierto una nueva etapa más de tantas recorridas en este camino de la reivindicación. Ojalá que la gran dimensión mediática que alcanzó lo del domingo sirva para que las cosas empiecen a cambiar por aquello de las repercusiones, aunque también aquí se sabe que la repercusión no siempre viene acompañada de buenas noticias.
Aún así, y después de tantas palabras vertidas en los medios, tantas líneas escritas, tantas entrevistas -algunas de las cuales todavían mantienen ese tinte de anecdótico, casi pintoresco, que se le quiere dar al asunto en cuestión-, y tantas buenas intenciones manifestadas, los problemas van a seguir con nosotros.
Porque la España sin gente, la España rural, además de ser pagana de un olvido administrativo también es víctima del cambio de gustos sociales que han hecho de las ciudades un lugar estupendo para vivir. Y contra eso es imposible luchar. Sí se puede combatir, no obstante, con el empeño en demostrar que fuera de las grandes urbes también hay ganas de trabajar y de buscarse la vida en sana competencia con el prójimo, como en las ciudades. Pero para ello se necesitan servicios básicos similares a los que tienen los lugares poblados y  vías de comunicación decentes que permitan a mercancías y gentes viajar sin tener la sensación de que te vas de o llegas a un lugar remoto, de otro tiempo. ¿Lo entenderán alguna vez?