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Por amor Por amor
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Elena Gómez

Esta es una columna que me resistía a escribir. La carga moral y emocional que supone redactar estas líneas, me llevaba a posponer un tema que me afecta de una forma muy directa. Pero la actualidad me obliga a exponer mi opinión, contada desde mi propia experiencia.

Una actualidad firmada por Ángel y María José, que la semana pasada volvieron a poner el acento en lo verdaderamente importante. Ellos nos pusieron los pies en la tierra y nos hicieron olvidar que los verdaderos problemas los tenemos las personas sencillas, sin muchos recursos y con circunstancias a veces demasiado dolorosas.

Ángel amaba a su esposa. Por eso la ayudó a morir. Ya hace un tiempo que explicaba en este mismo espacio que el sufrimiento por el dolor de las personas que queremos es mayor que el propio. Y padecer una enfermedad degenerativa es la condena más cruel que existe. No hay marcha atrás, no hay esperanza, estas dolencias matan.

Una vez diagnosticados, somos capaces de disfrutar de una vida digna durante un tiempo limitado, pero un día llega ese estado final en el que la existencia se vuelve insoportable. Antes de que la enfermedad acabe con nosotros, los dolores se multiplicarán, no podremos descansar, conseguir respirar con normalidad será una batalla y la consciencia empezará a fallar.

No existe la posibilidad de cuidados paliativos para estas enfermedades. La legislación es más insensible con nosotros que con otros pacientes. Tenemos a nuestro alcance los testamentos vitales, pero solo sirven para no autorizar algunos tratamientos invasivos. Es insuficiente.

Por mi carácter, creo que lucharé hasta el final. Pero todavía no conozco mis límites y ojalá que, llegado ese momento en el que ya no pueda más, si nuestros dirigentes todavía no han alcanzado las cotas de humanidad que deberían, haya alguien a mi lado que me quiera tanto como Ángel quería a María José. Que me ayude a morir por amor.