Siempre me gustó sobrecogerme al contemplar las noches estrelladas. Mi afición por el misterio y lo oculto empezó allí arriba, imaginando mundos infinitos diferentes al nuestro y sintiéndome una pequeñísima partícula de polvo estelar.
Luego llegaron los trabajos escolares en las clases de ciencias, donde me enseñaron, entre otras cosas, cómo nace una estrella o qué es una galaxia. Así nació mi pasión por la astronomía, siempre como aficionada porque soy mujer de letras y nunca me planteé estudiar nada que tuviera que ver con números o mediciones.
Yo soy más romántica, me gusta cantarle a la Luna y estremecerme bajo infinidad de estrellas, amanecer con el Rosario de la Aurora o pasar las largas y calurosas noches de verano bajo las lágrimas de San Lorenzo. Y, quién sabe, intentar atisbar la llegada de algún visitante foráneo… Pero nunca dejando de mirar al maravilloso -y privilegiado- cielo de Teruel.
Es por eso que, desde que la tecnología más puntera en esta materia habita entre nosotros gracias al observatorio del Pico del Buitre, proclamo a los cuatro vientos las maravillas de nuestro cielo y cómo desde aquí, desde el rincón más apartado de nuestro país, estamos llegando a los lugares más remotos del universo.
El fin de semana pasado tuve la fortuna de asistir a las actividades sobre el solsticio de verano organizadas por Galáctica, un lugar creado para acercar la astronomía a todos los que estén interesados en conocer qué hay más allá de nuestra atmósfera. Fue una velada deliciosa, con amenas charlas sobre la actividad del Sol, una cena inspirada en el cosmos, un magnífico concierto de jazz al atardecer (Fly me to the moon/ Let me play among the stars/ Let me see what spring is like/ On Jupiter and Mars) y, finalmente, la observación -directa y con telescopio- de un asombroso tapiz estelar.
Ojalá Galáctica siga creciendo y, poco a poco, se vaya abriendo camino con éxito para aunar ciencia y turismo en una provincia donde tanta falta nos hacen iniciativas de este tipo.