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Pena, penita, pena Pena, penita, pena

Pena, penita, pena

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Francisco Herrero

Teruel abre los noticiarios del viernes. El paro de cinco minutos es el motivo. Veo algunas imágenes de gente concentrada en las plazas y oigo el sonido de campanas repicando. La miga del tema, sin embargo, está en los reportajes que las cadenas nos han preparado para contextualizar la protesta.

Se retratan balones decrépitos, viejos comerciantes jubilados que no han encontrado sucesión, maestras y farmacéuticas con cada vez menos clientela, legos alcaldes pontificando sobre la calidad de la conexión a internet, puertas tapiadas para evitar la okupación, veraneantes rezagados que transmiten a la descendencia un superficial amor folclórico del pasado rural del cual huyeron, al cual vuelven a pasar una temporada pero nunca a establecerse. Así es la España interior. La España interior pasada por el tamiz de una redacción.

Dan ganas de llorar. Hay profesionales de la información que afirman trasladar a la audiencia lo que ven. El periodismo es un ejercicio de objetividad, aunque ya se sabe que ese concepto solo existe para cuatro mentes teóricas. A poco que rascaran, comprobarían que cualquier localidad del campo tiene unos servicios básicos que el neoliberalismo no aprobaría si se contara la población atendida. Que la oferta cultural y de ocio es pareja a la que se dispone en la ciudad. Que el acceso al comercio es equiparable, pues no hay que olvidar que el templo consumista de la urbe es el centro comercial, que exige desplazamientos, y no la tienda de barrio, como nos quieren vender. Sin embargo, el dibujo muestra en exclusiva el atraso, lo arcaico, lo vetusto.

Es probable que echar la culpa al periodismo sea cómodo y, por qué no, imprudente. No sé hasta qué punto tenemos la culpa quienes habitamos los pueblos y quienes damos contenido a los movimientos ciudadanos. Pidiendo mejoras a todas horas estamos creando una sensación de desamparo que luego son los medios quienes simplifican y amplifican. Hoy es un día para hacer examen de conciencia a todos los niveles. Que la pena, penita, pena es un potro desbocado que no sabe dónde va. Pero sabemos de dónde viene.