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Cuentos infantiles

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Javier Lizaga

Últimamente me estoy aficionando a los cuentos y no me refiero a la campaña política, sino a los de verdad. Entre mis favoritos está el de una niña amante de todo lo francés que monta una huelga. La rebelión, identificada como algo franchute, se desata porque sus padres, los suyos y los de sus amigos, quieren talar un árbol. A veces las historias se me mezclan con otras que cuento, por ejemplo, las cifras del paro. Donde siempre los más perjudicados son los jóvenes (los de verdad, los menores de 25) y las mujeres que, por ejemplo, sufrieron el doble el crecimiento del paro de septiembre que los hombres. Es decir, son las primeras que se van a la calle. Así que totalmente de acuerdo en educar hombres y mujeres revolucionarias tal y como está el patio.

También hay cuentos que funcionan al revés y creo que están inspirados en la realidad. Por ejemplo, hay uno que parece que cuenta la historia de Trump, a quien llaman “el monstruo de colores” y es un animalillo muy simpático y desquiciante que está todo el día descontrolando sus emociones y tiene miedo y rabia y, al final, lo que le pasa es que es un inadaptado. En general, son fascinantes: hay lobos farrucos que reciben lecciones de mamás dragones, conejos que arruinan su vida por mentir, osos polares fascinados con descubrir mundo y viajar, otros que describen todos los tipos de besos y muchos que elogian la amistad.

A veces estoy tan metido en los cuentos que pienso que vaya mierda de realidad. No conozco ningun cuento de gente amargada en su trabajo, allí seguro tendrían valor para cambiarlo. Tampoco hay cuentos donde el triunfo sea cobrar dos mil euros al mes o trabajar 10 horas para ello, suelen hablar más de viajar, tener amigos y sentirte querido y apreciado. Los relatos tampoco anteponen la leyes de inmigración, a ayudar a gente que arriesga su pellejo para vivir una vida mejor porque nació en otro lado. 

Pueden pensar que soy un gilipollas soñador por preguntar tonterías. Pero a mí no me lo parecen tanto. ¿Por qué si todos estamos de acuerdo en las historias felices en cambio nos empeñamos en construir algo a veces tan triste? ¿Cuándo es el momento en que hay que contarle a nuestros hijos que todo es mentira y la vida es otra cosa? Les voy a confesar que yo me crié entre libros y aun me resisto a aceptarlo. Y cada vez descubro que somos más.