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Rafael Álvarez ‘El Brujo’,  actor y dramaturgo: “El humor es una actitud, para reírse hay que estar predispuesto a ser feliz” Rafael Álvarez ‘El Brujo’,  actor y dramaturgo: “El humor es una actitud, para reírse hay que estar predispuesto a ser feliz”
Rafael Álvarez, El Brujo, durante una de las representaciones de Cómico

Rafael Álvarez ‘El Brujo’, actor y dramaturgo: “El humor es una actitud, para reírse hay que estar predispuesto a ser feliz”

El andaluz regresa el domingo a Teruel, tras una década, para representar su montaje ‘Cómico’ en el Marín
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La Fundación Amantes de Teruel retoma el ciclo 19 a las 19 en este veinte veinte, como llaman los anglosajones al año recién estrenado, con un peso pesado del mundo de la interpretación. Rafael Álvarez El Brujo regresa a Teruel tras una década este domingo, para poner sobre las tablas del Marín una de sus obras más auténticas y divertidas, Cómico.

El Brujo nació en Lucena (Córdoba) en 1950, y aunque debutó en el teatro en 1970 con El juego de los insectos, una fábula satírica del checo Karel Capek –escritor todoterreno que inventó el término robot en su obra R.U.R.–, fue a principios de los ochenta cuando empezó a destacar como actor experimental, inconformista y fronterizo. 

A pesar de ello es legendario el amor que Rafael Álvarez ha sentido y sigue sintiendo tras 50 años sobre los escenarios por los grandes clásicos, ya sean los grecolatinos o los del Siglo de Oro español, y tiene interpretaciones y adaptaciones míticas del Lazarillo de Tormes, el Quijote, el Tenorio, Lope de Vega o Fray Luis de León, sin dejarse a Moliere, Shakespeare, San Juan de la Cruz, Darío Fo, Plauto u Homero. 

Cómico, el espectáculo que podrá verse este domingo en Teruel bebe de todos ellos. Porque presenta a un Rafael Álvarez que se desnuda –siempre lo hace cuando sube a un escenario– y desnuda su trayectoria escénica durante los últimos lustros, enseñando la tramoya de su vida, lo que ha dado de sí tanto viaje, tanto festival y tanto montaje teatral. A lo largo de 100 minutos en los que el solito llenará por completo el Marín, desgrana lo que han dado de sí esos años. Anécdotas, frustraciones, incidentes, éxitos, fracasos y experiencias de todo tipo, todo bajo el prisma del humor, porque El Brujo es ante todo un cómico y lo suyo, lo de un buen cómico, es  hacer reir. 

-Dicen que Cómico es el resultado de destilar todas sus facetas como actor y ofrecer su auténtica esencia... ¿Qué nos va a contar en este espectáculo?

-Contaré muchas anécdotas sobre mi vida en el teatro. Cada vez que he hecho una función y he circulado por ahí me han pasado cosas, muchas cosas. En Cómico las recojo y las hago girar en torno a un eje, la columna vertebral del espectáculo, que es mi relación con los clásicos del Siglo de Oro, y con los festivales de teatro de verano. A lo largo de todos estos años se ha ido quedando un poso sedimentado, que es el material con el que he construido el espectáculo. Mi objetivo es que dé para momentos hilarantes de mucha risa, con otros más poéticos, evocando a estos autores del Siglo de Oro.

-¿Se considera un actor fundamentalmente cómico, más allá de los grandes papeles dramáticos que ha interpretado?

-Mi vida teatral siempre ha estado impregnada de humor. Desde que nací teatralmente llevo la vis cómica dentro. Casi todo lo que digo sobre el escenario provoca risa, lo cual a veces ha sido un hándicap a la hora de hacer determinados papeles. Recuerdo que en Teruel actué hace unos diez años, y también en Albarracín o en Rubielos de Mora, y fueron grandes veladas en las que el público se lo pasó bien y se rió mucho. Es que la gente necesita reirse.

-¿Usted cree? Si uno se da una vuelta por las redes sociales da la impresión de que lo que nos pide el cuerpo es estar enfadados todo el día...

-Hay un cabreo por ahí, ¿verdad? Y una gran excitación. Si miras esas cosas parece que la gente pasa de la excitación al cabreo, y del cabreo a la depresión en un segundo. La vida se ha complicado mucho y todos estamos muy cansados. Allí en Teruel por lo menos podéis pasear por las calles, pero en Madrid ya ni eso. Y cuando oyes algo ya es imposible saber si es verdad o mentira, si es un bulo fortuito u orquestado a mala leche... Nuestro tiempo está completamente ocupado por un montón de tareas pequeñas y latosas, así que es normal que estemos cabreados. 

-Quizá por eso nos sigue gustando algo tan –aparentemente– sencillo y visceral como ir a un teatro a escuchar a un señor que cuenta cosas que nos hacen reír...

-Ahí por lo menos te relajas. Yo noto que la gente llega con una vibración rara que traen de la calle, y a los cinco minutos les empieza a cambiar la cara y salen renovados. Cuando te ríes a gusto te renuevas.

-¿En Cómico se interpreta de veras a usted mismo o El Brujo actor siempre es diferente al Rafael Álvarez persona?

-Sí, sí, me interpreto a mí mismo en el sentido de que no hago ningún personaje. Aunque aquí ya entramos en un problema metafísico profundo, y para contestarte necesitaría saber quién soy realmente. 

-Es que con los actores nunca se sabe...

-Siempre somos el mismo, pero con caras distintas. 

-¿Qué es lo que le hace reír a usted?

-Creo que el humor es una actitud. No es tanto reírte de una cosa en concreto, de un chiste o de una situación. Es un estado de ánimo. Cuando estás dispuesto y tienes un ánimo favorable, abierto y positivo cualquier cosa te hace gracia. Y cuando no la tienes no hay manera. La frase yo no le veo la gracia está muy bien dicha, porque el humor es algo subjetivo que depende de la actitud de cada uno. Shakespeare ya decía que no hay chistes buenos ni chistes malos, sino públicos más o menos inteligentes. Y el cabrón lo decía con mucha arrogancia, pero tenía toda la razón. Lo importante es estar dispuesto a tener un estado de ánimo que te permita ser feliz.

-¿En un espectáculo como Cómico tira de guión o de improvisación?

-Tiene mucho de improvisación, mucho. Tengo ya tan asumido este espectáculo que tengo como una segunda naturaleza. Salgo allí y hay algo que funciona solo. El otro día en un pueblo se fue la luz, e hice el espectáculo con las luces de emergencia, improvisando, hablando sobre esas luces y fue muy divertido. 

-Pero hablamos de un espectáculo de más de hora y media de duración... Lleva muchos años haciéndolo, pero ¿no da vértigo la responsabilidad de tener que llenar un escenario tanto tiempo usted solo?

-Bueno... si lo piensas da un poco de vértigo pero lo he hecho muchas veces. Funciona.

-En una entrevista suya leí un término que me encanta: la Inflación de la Palabra. 

-Es que hablamos mucho, más de la cuenta, y por ahí hay mucho bocazas. Y existen muchos foros para hablar. Antes hablaban unos cuantos, decían sus mentiras y punto. Ahora todo el mundo quiere decir sus propias mentiras, y cualquier persona puede convertirse en un altavoz mediático, todo el mundo tiene su cuenta en las redes sociales, tiene sus seguidores... Todo el mundo quiere tener su momento de gloria y se habla demasiado, así que las palabras están en proceso inflacionario, como cuando una moneda pierde su valor porque hay demasiada, y necesitas diez para comprar lo que antes comprabas con una. Para convencer a alguien o comunicar algo que tenga cierto impacto necesitas más palabras que antes. Y a veces ni siquiera lo consigues con muchas. 

-Además de actor usted es empresario... ¿Es cierto que ha pasado lo peor de la crisis para la cultura y el espectáculo, o esto también es palabrería?

-Sí, creo que sí. Pasó, lo que cambió lo cambió, y muchas cosas no volverán a ser como antes. La crisis ha sido decisiva y ha tenido un impacto gigantesco en la generación que ahora tiene entre 30 y 40 años. Pero ahora mismo ha habido un repunte y la cantidad de público que acude al teatro se ha recuperado bastante.

-No obstante, estamos en una época en la que las series de TV lo acaparan todo y el cine sigue viéndose, pero en tu casa y no en una gran sala... ¿Sigue teniendo su espacio el teatro más visceral, más ‘primitivo’?

-Yo tengo mi espacio porque llevo muchos años y mi carrera ha sido muy particular, muy personal. He tenido muchísima suerte y he sido un privilegiado porque se me ha reconocido desde hace años como un actor especial. También es verdad que yo he escogido mi propio camino al margen de críticos, opiniones y modas. En eso creo que he sido valiente y un poco temerario. Pero para la gente que tiene ahora treinta años el teatro está mucho más jodido que para mí a esa edad. 

-En ese sentido, ¿si volviera a tener 20 años sabiendo lo que sabe, se dedicaría a esta profesión?

-No lo sé... Entre otras muchas, creo que esta sería la primera de la lista.

-Ha hecho cine y ha hecho televisión, pero de eso hace décadas... ¿No le gustan esos formatos?

-Ya no me gustan. No me ilusionan. A los 30 o 40 años quería hacer cine y televisión para ser famoso. Un actor que no es famoso parece que es una cosa a medio acabar, yo quería firmar autógrafos y salir en la tele. Luego eso le llega a quien le llega, porque hay muchos actores que están toda su vida siendo un discreto actor de reparto. Y ante eso tienes dos opciones, o el resentimiento total contra todos, la amargura y la envidia, o aceptar tu papel en la vida con normalidad y saber que de cualquier manera se puede ser feliz y hacer un trabajo digno. Yo tuve la suerte de tener una proyección pública gracias a la serie de TV Juncal (1989), y a partir de ahí hice algo de cine. Pero donde puedo dar lo mejor de mí mismo y ser creativo, donde realmente me considero artista es en el teatro.

-El teatro es esparcimiento, es ocio... ¿Pero debe ser algo más? ¿Es legítimo un espectáculo simplemente entretenido o simplemente bello, o tiene que tener además una vertiente crítica, una faceta más comprometida?

-Tiene que ser una mezcla de todo. El entretenimiento tiene que ser, de algún modo, noble. Tiene que estar acompañado de cierta elevación de los sentidos a través de la belleza, tiene que ser pedagógico, instructivo y estimulante. Y la faceta crítica tiene que estar presente sobre todo en el sentido de la reflexión, de la reconsideración sobre cosas de la vida. 

-¿Piensa estar sobre el escenario mientras el cuerpo le permita subir a uno, o cree que debe llegar un día en el que se jubile?

-Si el cuerpo te lo permite debes estar allí. Yo ahora mismo voy a cumplir 70 años y me siento no como si tuviera 40, pero sí como si tuviera 56. Esto puede cambiar porque un día te levantas, te duele algo, te hacen una radiografía y tienes un pie en el otro barrio. Pero eso le puede pasar a cualquiera, y mientras no me pase a mí seguiré actuando. 

-Usted debutó en el teatro en el año 70. ¿Piensa celebrar este año su cincuenta aniversario?

-Pues... no lo había pensado, pero me has dado una idea. ¡Ya tengo otro pretexto para vender bolos! Había un actor que decía siempre que se iba a retirar y que hacía su última representación, y estuvo tres o cuatro años explotando aquello.

-¿Hay algún papel que desee hacer y que no haya hecho en estas cinco décadas?

-Muchos, muchos. Si vas a una biblioteca y ves todas las obras de teatro, yo solo he hecho las que caben en medio metro de estantería. 

-Bueno, pero me refiero a un papel especial, algo que sea importante para usted.

-En realidad cualquier papel es importante, si es un texto que a mí me atrae... mira, te voy a decir el del Rey Lear de Shakespeare, ese no lo he hecho y me gustaría.

-Hacer lo que uno quiere, sin estar sujeto a modas, a productoras, o a tener que estar pendiente de una llamada telefónica... ¿Es lo mejor que le puede pasar a un actor?

-Francamente creo que sí. A mi edad estar esperando a que te ofrezcan un papelito tiene que ser terrible. Por eso entiendo que algunos compañeros, buenos actores, estén retirados. Otros no. Pepe Sacristán tiene más edad que yo y sigue ahí. Pero a algunos compañeros de mi generación no les ha quedado otra.