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Fernando Arnau
Ya que estamos en ello, es decir en el ejercicio puro y duro de la intoxicación periodística, pudiera ser que algunos advenedizos se dedicaran a alegrar nuestros corazones con la eventual existencia de proyectos ambiciosos para nuestra provincia.
Pudiera ser que se hablara de retomar aquel planteamiento casi centenario, de fraccionar nuestro territorio (y nuestra alma) en tres partes repartiéndonos entre Zaragoza, Levante y Costa Dorada.
También pudiera ser que, dados los planteamientos políticos actuales se pensara, no sólo en repoblar el territorio con los excedentes de las superpobladas zonas que nos envuelven. La industria de la segunda residencia, dada las expectativas del cambio climático, podría ser una falsedad con cierto grado de verosimilitud.
Donde no llegara esta maravillosa parida, podría hablarse de la creación de la infraestructura necesaria para satisfacer la inmensa demanda de jamón de los países asiáticos. En esa dirección, ya se ha tendido alguna información: los chinos no han descubierto el papel higiénico, pero si el jamón serrano.
Pudiera ser que, dada la intención de recuperar el servicio militar, se pensara en planificar la construcción de macro ciudades militares. 
Nuestro territorio dispone de lugares de entrenamiento ampliamente experimentados en el pasado por ejércitos insurgentes y guerrillas antifascistas.
Todo esto y más, se le puede ocurrir a los asesores de nuestros modernos políticos cuya capacidad de vender motos es inconmensurable.
Sin embargo, tal como señala el autor de La España Vacía, no debemos olvidar, que “desde sus orígenes, Franco demostró un profundo desprecio hacia la España interior que supuestamente formaba el alma de su patria amada…” La herencia, pesadamente acrisolada durante decenios de desarrollismo urbano, es difícil de reconducir. 
Así que, midamos nuestras fuerzas (en votos) y deseos (en candidez), porque, desgraciadamente, la labor es ciclópea y la ayuda, en principio, ni está ni se la espera. Sólo por dignidad, ya que estamos hablando de desaparecer, que no se nos cuenten milongas.