Teresa Ribera, la vicepresidenta y ministra de dos asuntos fundamentales para el futuro de Teruel, la transición ecológica y el reto demográfico, dijo esta semana que hay propuestas interesantes por parte de las empresas de las térmicas que van a cerrar, pero que las cosas no ocurren de la noche a la mañana.
Dijo también que se están reactivando cosas que deberían haber ocurrido hace mucho tiempo, en una crítica velada al PP, al que acusa de no haberse creído cuando gobernaba que las centrales como la de Andorra iban a echar el cierre.
Mientras la comarca espera que de una puñetera vez se firmen los convenios de transición justa, la clase política debería reflexionar muy seriamente sobre sus tiempos, porque tenemos mucha experiencia en esta tierra de cosas que acaban llegando tarde y mal.
Hace cinco años que Endesa ya dijo que no veía claro invertir los 200 millones necesarios para que la central turolense siguiera más allá de 2020.
Hace cinco años que las administraciones -y buena parte de la sociedad- dedicaron tiempo y esfuerzo a hacernos creer que eso era un pulso que echaba la compañía para recibir ayudas y que, al final, ese cierre no iba a llegar.
Y estamos en 2020, a cuatro meses del fin de una época, la del carbón de Teruel, con una mano delante y otra detrás, esperando un maná que salve los muebles en un territorio que no se puede permitir el lujo de perder ni a una sola persona.
Endesa sacó mucho rédito de Andorra, las administraciones mimaron a la compañía y ese matrimonio perfecto se ha roto, dejando un panorama desolador para una comarca que se queda sin su principal motor.
Que en 2020 no estén claras las alternativas al cierre de la térmica, cuando era un hecho que se veía venir desde hace tiempo, deja claro que no se ha trabajado una propuesta a largo plazo.
Y eso, como siempre, lo acaba pagando la gente del territorio, que se queda sin carbón, pero sobre todo que se queda sin futuro. Y eso sí que va a ser de la noche a la mañana.