Síguenos
A palos A palos
Brais Lorenzo

banner click 244 banner 244
Juan Corellano

De pequeño estaba enfermo casi con la misma frecuencia que fingía estarlo. Como consecuencia, visitaba el hospital con asiduidad. Todavía recuerdo con nitidez a mi pediatra: de alocado pelo rizado, pantalones sobaqueros, gafas de culo de vaso y un hablar rimbombante y sabiondo. Durante años pensé que por las tardes colgaba la bata para presentar Saber y Ganar. 

Nunca nos entendimos bien. Durante mis primeros meses de vida advertía a mi madre sobre el inusual tamaño de mi cabeza. Cuando conoció a mi padre se quedó más tranquilo y pasamos a centrarnos en mis habituales amigdalitis. 

Aunque se sabía mi garganta al milímetro, nunca se privaba de meter ese palito de madera hasta el esófago para comprobar que todo estaba en orden. En un sádico giro de los acontecimientos, después provocarme infinitas arcadas con el maldito palo, me lo regalaba. Como un jockey que entrega su fusta al caballo tras una buena carrera. En su defensa, reconozco que yo le vomité un par de veces encima. 

Desde entonces, mi relación con los médicos siempre se ha movido en ese sutil amor-odio. De alguna forma, son como un portero en un equipo de fútbol. Quieres tener al mejor pero no tener noticias de él. 

En definitiva, lo que hoy quiero confesar a los profesionales sanitarios de España es que yo también soy de esos. De los que han puesto el grito en el cielo por esperar veinte minutos de más frente a una consulta. De los que solo aceptan el reposo recomendado cuando no le pillan de por medio las fiestas de su pueblo. De los que alguna vez se han plantado en urgencias con algo menor para no esperar a que le den cita.

Porque, antes de agradecer todo lo que están haciendo por nosotros estos días, tenía que ser sincero y pedir perdón. Mucha gente dice, con más optimismo que certeza, que el mundo habrá cambiado para siempre cuando todo esto acabe. Que nada será lo mismo cuando regresemos al punto en el que esté peor visto tirarse un pedo en público que toser. Francamente, dudo que nada cambie, pero si con esto finalmente aprendemos a respetar a nuestros sanitarios, creo que me doy por satisfecho. Y es que por fin entiendo a mi pediatra: solo aprendemos a palos.