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Menos ruido y pocos viajes al pueblo: así es el día a día de los masoveros turolenses Menos ruido y pocos viajes al pueblo: así es el día a día de los masoveros turolenses
Juan José de Caso y Ana Blasco, en las puertas de su masía cerca de Rubiales

Menos ruido y pocos viajes al pueblo: así es el día a día de los masoveros turolenses

El confinamiento modifica poco la vida cotidiana
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Cruz Aguilar

Los masoveros están confinados como el resto, las medidas del estado de alarma afectan a todos, también a los que viven alejados de los núcleos urbanos. Pero su confinamiento es mucho más llevadero porque sus propiedades se extienden algo más allá del piso de 90 metros cuadrados de media que tienen la mayor parte de los españoles. Ellos poseen en la puerta de su casa varias hectáreas de terreno que son de su propiedad y que, por tanto, pueden recorrer durante el confinamiento. A esa amplitud de espacio con el que cuentan se suma que los masoveros están acostumbrados a tener un menor contacto social, aunque hay excepciones. 

A Aurelia Gascón, de la Masía Casa Gascón, la verdadera incomunicación se la produce la nieve, que este mismo año le dejó alejada del mundo durante varios días. En la situación actual sabe que tiene “algo de ventaja”. En su masía viven habitualmente dos matrimonios en viviendas separadas y los 4 mantienen sus labores en el campo: “No notamos nada, salimos a echar de comer a los animales y a llevarlos al campo, como siempre”.

Sin embargo, el coronavirus sí le ha cambiado el día a día. No por su trabajo, ya que las tareas son las mismas que cualquier mes de abril, pero ahora en su casa no solo está la pareja, sino que pasa el confinamiento también su hija, que es maestra en el CRA Somontano Bajo Aragón y durante las pasadas semanas siguió dando clase, pero en pleno corazón del Maestrazgo y a través de internet. A ellos se ha sumado la madre de Aurelia, que vive normalmente en Cantavieja pero ahora prefieren que esté en Casa Gascón para que la mujer no tenga que salir a hacer la compra en la situación de alerta sanitaria. 

Desinfección al volver

El Covid-19 no entrará a Casa Gascón porque, para evitar riesgos, solo Aurelia sale de la finca para realizar las compras de primera necesidad, que para una familia acostumbrada a tener la despensa llena por lo que pueda pasar son medicinas para su madre y poco más. Cuando vuelve aplica todo un protocolo de desinfección para evitar a toda costa que el coronavirus llegue hasta allí. El encargado de darle las pautas por teléfono ha sido su hijo, que es enfermero en una residencia de ancianos de El Forcall (Castellón) y sigue en activo.

Aurelia está más en contacto estos días con sus amigas de Cantavieja y con sus primas de Zaragoza, que son auxiliares de enfermería y ahora le comentan por WhatsApp los “privilegios” de los que disfruta junto a su familia en la masía.

Una decisión

Sin embargo, como apunta Juan José de Caso, que vive en una masía situada junto a Rubiales, aunque en el término municipal de Albarracín, su forma de vida “no es una suerte”, sino “una decisión” vital que “va más allá de estar confinados durante unas semanas porque lo manda el Gobierno”. Él y Ana Blasco, su pareja,  han elegido vivir en un hábitat disperso y ahora se alegra más aún que hace un mes de haber tomado la decisión de dejar Madrid 16 años atrás. Sus hermanos siguen en la capital de España y reconoce que “están más angustiados” que él en su masada de la Sierra de Albarracín. 

A varios centenares de kilómetros de esos vecindarios que se comunican por los balcones, el coronavirus apenas ha cambiado el día a día de Juan José, solo que ahora no se aleja tanto en los paseos diarios con su perro o para tirar fotos y, sobre todo, en que nadie  aprovecha cuando pasa por su puerta para charrar un rato y tomar un café. Las paradas, que los forestales siguen haciendo, son simplemente para comprobar que Ana y Juan José están bien.

Sí lo ha notado más Ana, que aunque es muy feliz con su vida se define como una persona “muy social” que no para apenas por la masía. Ha tenido que cancelar sus clases de zumba en el Campillo, las de pilates en Bezas y los cafés con las amigas, que son lo que más le duele. Sin embargo, reconoce sentirse bien: “Veo que no estoy en una caja de zapatos, salgo a mi puerta, voy al corral, estoy libre, aunque es verdad que echo de menos a la gente”, comenta.

En la otra punta de la provincia vive el confinamiento de forma muy parecida Esther Molina, en la Masía Oniria, en Valdeltormo. Ha dejado el trabajo porque se dedicaba a cuidar de una anciana en el pueblo y ahora no puede salir a pasear. Su rutina, por tanto, sí ha cambiado. Los primeros días intentó organizarse un horario para mantener unos hábitos, pero ahora se ha dado cuenta de que no lo necesita porque le faltan horas al día para poder hacer todas las cosas que tiene previsto para cada día, entre las que pintar y leer ocupan un lugar preeminente. 

Lleva 4 años viviendo en la masía pero es la primera vez que ha pasado tanto tiempo sin bajar al pueblo. Además, está viviendo el confinamiento sola porque David, su pareja, sigue trabajando en una residencia de ancianos. Otra cosa que ha cambiado son los ruidos de alrededor de su masía, antes provocados por las labores agrícolas de los vecinos de Valdeltormo: “Ahora no se escucha ningún tractor apenas, pero se respira cierta presión y ansiedad”, reconoce.