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Día Internacional contra la Violencia de Género: Ana Castañer, una valiente que dejó a su agresor a finales de los 60 Día Internacional contra la Violencia de Género: Ana Castañer, una valiente que dejó a su agresor a finales de los 60
Ana Castañer sigue viviendo en Teruel, una ciudad que solo dejó por trabajo

Día Internacional contra la Violencia de Género: Ana Castañer, una valiente que dejó a su agresor a finales de los 60

Denunciar al marido entonces no era fácil pero ella asegura que le salvó la vida
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Cruz Aguilar

Ana Castañer se casó en 1965, por la iglesia y para toda la vida, como se hacía entonces. Poco imaginaba ella a sus 19 años y plenamente enamorada que su matrimonio solo duraría tres años, los peores de su vida. Decidió poner punto final a la relación cuando el pequeño de sus hijos solo tenía 15 días y precisamente lo hizo la tarde en que vio peligrar la vida del bebé. Su historia no es diferente a la de muchas mujeres que hoy conviven con sus agresores, pero sí ha cambiado la situación de la mujer, que en los años 60 estaba supeditada a su esposo y no podía ni abrir una cuenta en el banco.

“Mi marido dormía la siesta y se despertó porque el niño lloraba, lo cogió del capazo para estamparlo contra el suelo pero yo logré quitárselo”, relata con la serenidad que da el más de medio siglo de distancia y el que esa fuera la última vez que estuvo cerca de su marido. Él cogió una silla y golpeó una lámpara de cristal que se hizo añicos y cayó sobre Ana y su bebé, provocándoles múltiples cortes que, aunque no eran graves, sí lograron llamar la atención del practicante del pueblo, con el que se cruzaron al huir de su agresor. 

Fue la gota que colmó el vaso, que estaba muy lleno con otros episodios violentos porque, como dice la mujer, “él no estaba loco, era malo”. En su primer embarazo la tiró por las escaleras y, meses después, quemó la manita de mi hija con un cigarro cuando empezaba a caminar sola y se apoyó en él, detalla. 

Dejar al marido en los años 60 no era sencillo, pero a Ana le iba la vida en ello. Entonces la Guardia Civil llamaba al agresor si se ponía una denuncia, aunque cuando Ana fue al cuartel no alertaron a su esposo. Posiblemente, dice, porque acudió acompañada del enfermero del pueblo –conocido en la época como practicante–. Sin embargo, reconoce que esa demanda no llegó a ninguna parte.

Reconoce que dio el paso por miedo a lo que le ocurriera a sus hijos, pero también porque sus padres se acaban de trasladar a Teruel y ella necesita el apoyo que le prestaron. 

La joven supo que su matrimonio no iba a ser un cuento de hadas desde la misma noche de boda, en la que no llegó a estar con su marido, que prefirió “irse de fulanas con unos amigos”, dice. Se habían casado en Madrid porque era un punto intermedio entre los invitados de Teruel y los de Vigo, donde trabajaba su padre. Al día siguiente tenía claro que lo mejor era irse con sus padres a Galicia, pero no lo hizo y ahí empezó su calvario. 

Pese a todo lo que pasó reconoce que fue muy afortunada porque  obtuvo la separación por tiempo indefinido junto con la patria potestad de sus hijos, que fue el motivo por el que hizo la solicitud ante la Iglesia Católica. En la década de los 80, ya con la ley del divorcio vigente y a petición de él, formalizaron el divorcio.

Ana Castañer se separó en una época en la que en España las mujeres aguantaban los malos tratos de sus maridos porque, en muchos casos, no contaban ni con el respaldo familiar. Ella era hija única de una familia bien situada y culta en la que el infierno que atravesaba “resultaba inconcebible”, dice. En cuanto pudo dejar la casa de su marido se marchó a la de sus padres, con quienes vivió durante algún tiempo. Denunciar no significaba entonces que él tuviera que abandonar el domicilio conyugal, ni siquiera que ella pudiera hacerlo: “Mi obligación era estar con mi marido y, si me hubiera marchado, la Guardia Civil habría acudido a por mí”, relata. 

Hoy, más de 50 años después, aconseja a las mujeres que sufren maltrato que “asuman su situación con serenidad y tomen la decisión de separarse porque siempre hay salida, para trabajar, para los hijos y para ellas mismas. Un agresor no cambia”, sentencia.