Evelyn Celma regenta Matarrania, una empresa de cosmética cien por cien ecológica en Peñarroya de Tastavins que emplea a ocho mujeres. A partir de febrero, la empresaria asesorará a otras emprendedoras en el Ítaca de Andorra sobre el valor de la sostenibilidad ambiental, económica y social para hacer crecer sus negocios.
-Va a impartir un programa formativo orientado a empresas gestionadas por mujeres en el que abordará la sostenibilidad para generar valor.
-Se trata de un programa de asesoramiento puntual y personalizado para que entiendan que la sostenibilidad en su proyecto empresarial no solo genera un impacto positivo en su entorno, sino que visibiliza mejor su producto o servicio y lo dirige a un público cada vez más sensibilizado, para vender más y mejor. Por tanto, la sostenibilidad ambiental, económica y social es un reclamo de márquetin para mejorar la rentabilidad de la empresa.
-¿Se pueden beneficiar todo tipo de empresas de estas buenas prácticas?
-Excepto las que fabrican armas y productos químicos a gran escala como fertilizantes contaminantes, cualquier empresa puede desarrollar su actividad bajo el paraguas de la sostenibilidad. Desde una zapatería a la venta de magdalenas, pasando por una podóloga. De momento, tenemos ya dos inscritas: una mujer de Ariño que imparte cursos online de cosmética natural, tiene plantaciones de lavanda y espliego, y quiere hacer aceite esencial; y una mujer de Valderrobres que tiene una food truck especializada en producto ecológico. Pero se puede apuntar cualquier empresa ubicada en el medio rural, por ejemplo un bar. Y los hombres también son bienvenidos si están interesados.
-¿Esta acción formativa tiene que ver con que se trabaja poco la sostenibilidad?
-Queda muchísimo trabajo por hacer. El entorno rural es especialmente sensible. Como está muy vinculado con la naturaleza y es consciente de los ciclos naturales suele aprovecharse de sus recursos para su subsistencia, como la agricultura o la cría de animales. La simbiosis naturaleza-hombre/mujer está mucho más presente porque entienden esas relaciones de armonía y respeto con la naturaleza. Por otro lado, tienen una responsabilidad como gestores del territorio. Las buenas prácticas ambientales son saludables para ellos. Pero la sostenibilidad no es solo la pata ambiental, que es la más visual, sino que también está la económica y la social. Una empresa tiene que ser rentable para no morir como concepto, y en este sentido hay gente que espera que tu empresa no genere un impacto negativo. Debes ser consciente de los recursos que utilizas en tu día a día, que sean lo menos contaminantes y generen los mínimos residuos. Y la tercera pata, la social, consiste en que las personas que forman parte del equipo de la empresa sean respetadas en base a salarios justos, horarios flexibles y capacidad de desarrollo personal. Pero también con tus proveedores debes tener una relación armoniosa, no apretarles, pagarles lo justo y no a 60 o 90 días.
-Estos valores se ven reflejados en su negocio, para el que tiene contratadas a ocho mujeres en Peñarroya de Tastavins. ¿Cómo lo ha conseguido?
-Comenzamos en 2008. Ha sido un proceso largo y costoso y me ha dado experiencia para apoyar a otras empresas en el camino. Es difícil encontrar personal especializado en el medio rural, por lo que las responsables de márquetin y comunicación teletrabajan desde Barcelona y Madrid. El resto, para la producción, administración y venta, están en Peñarroya y pueblos vecinos.
-¿Qué tipo de cosméticos producen?
-Hacemos cosmética cien por cien ecológica para el cuidado de toda la familia. Tenemos una gama tanto masculina como para mamá o bebé, sobre todo para el cuidado de la piel y el cabello. Tenemos hasta 32 productos referenciados.
-¿Cuál es su mercado?
-La mayor parte del volumen de facturación depende de España, aunque también tenemos puntos de venta especializados en cosmética ecológica en Portugal, Italia, Grecia, Alemania y Checoslovaquia.
-¿En qué se diferencia su forma de trabajar de los métodos de las grandes firmas?
-Es un producto artesano, como se hacía antes, pero siempre cumpliendo con la normativa de seguridad cosmética certificada por la Agencia Española del Medicamento. Seguimos elaborando a mano nuestros propios extractos. Tenemos más de 200 hectáreas de tierras certificadas ecológicas, donde hacemos una recolección silvestre de 12 plantas mediterráneas, entre ellas el tomillo, rosal silvestre, manzanilla de montaña, salvia de los prados o caléndula. Aprovechamos los recursos endógenos y los complementamos con otros como el aceite de oliva, que forma parte importante de la composición de muchas de nuestras fórmulas. El hecho de ir a buscar la planta, hacer el extracto e incorporarlo en la fórmula nos hace distintos. Solo utilizamos ingredientes naturales y, además, no usamos agua en la formulación, lo que nos permite ser cien por cien bío. No necesitamos conservantes. Además, usamos siempre que podemos productos de Kilómetro 0: productores locales de aceite de oliva, almendras, avellanas, aceites esenciales… Todo lo más cerca que podamos trabajar.
Evelyn Celma regenta Matarrania, una empresa de cosmética cien por cien ecológica en Peñarroya de Tastavins que emplea a ocho mujeres. A partir de febrero, la empresaria asesorará a otras emprendedoras en el Ítaca de Andorra sobre el valor de la sostenibilidad ambiental, económica y social para hacer crecer sus negocios.
-Va a impartir un programa formativo orientado a empresas gestionadas por mujeres en el que abordará la sostenibilidad para generar valor.
-Se trata de un programa de asesoramiento puntual y personalizado para que entiendan que la sostenibilidad en su proyecto empresarial no solo genera un impacto positivo en su entorno, sino que visibiliza mejor su producto o servicio y lo dirige a un público cada vez más sensibilizado, para vender más y mejor. Por tanto, la sostenibilidad ambiental, económica y social es un reclamo de márquetin para mejorar la rentabilidad de la empresa.
-¿Se pueden beneficiar todo tipo de empresas de estas buenas prácticas?
-Excepto las que fabrican armas y productos químicos a gran escala como fertilizantes contaminantes, cualquier empresa puede desarrollar su actividad bajo el paraguas de la sostenibilidad. Desde una zapatería a la venta de magdalenas, pasando por una podóloga. De momento, tenemos ya dos inscritas: una mujer de Ariño que imparte cursos online de cosmética natural, tiene plantaciones de lavanda y espliego, y quiere hacer aceite esencial; y una mujer de Valderrobres que tiene una food truck especializada en producto ecológico. Pero se puede apuntar cualquier empresa ubicada en el medio rural, por ejemplo un bar. Y los hombres también son bienvenidos si están interesados.
-¿Esta acción formativa tiene que ver con que se trabaja poco la sostenibilidad?
-Queda muchísimo trabajo por hacer. El entorno rural es especialmente sensible. Como está muy vinculado con la naturaleza y es consciente de los ciclos naturales suele aprovecharse de sus recursos para su subsistencia, como la agricultura o la cría de animales. La simbiosis naturaleza-hombre/mujer está mucho más presente porque entienden esas relaciones de armonía y respeto con la naturaleza. Por otro lado, tienen una responsabilidad como gestores del territorio. Las buenas prácticas ambientales son saludables para ellos. Pero la sostenibilidad no es solo la pata ambiental, que es la más visual, sino que también está la económica y la social. Una empresa tiene que ser rentable para no morir como concepto, y en este sentido hay gente que espera que tu empresa no genere un impacto negativo. Debes ser consciente de los recursos que utilizas en tu día a día, que sean lo menos contaminantes y generen los mínimos residuos. Y la tercera pata, la social, consiste en que las personas que forman parte del equipo de la empresa sean respetadas en base a salarios justos, horarios flexibles y capacidad de desarrollo personal. Pero también con tus proveedores debes tener una relación armoniosa, no apretarles, pagarles lo justo y no a 60 o 90 días.
-Estos valores se ven reflejados en su negocio, para el que tiene contratadas a ocho mujeres en Peñarroya de Tastavins. ¿Cómo lo ha conseguido?
-Comenzamos en 2008. Ha sido un proceso largo y costoso y me ha dado experiencia para apoyar a otras empresas en el camino. Es difícil encontrar personal especializado en el medio rural, por lo que las responsables de márquetin y comunicación teletrabajan desde Barcelona y Madrid. El resto, para la producción, administración y venta, están en Peñarroya y pueblos vecinos.
-¿Qué tipo de cosméticos producen?
-Hacemos cosmética cien por cien ecológica para el cuidado de toda la familia. Tenemos una gama tanto masculina como para mamá o bebé, sobre todo para el cuidado de la piel y el cabello. Tenemos hasta 32 productos referenciados.
-¿Cuál es su mercado?
-La mayor parte del volumen de facturación depende de España, aunque también tenemos puntos de venta especializados en cosmética ecológica en Portugal, Italia, Grecia, Alemania y Checoslovaquia.
-¿En qué se diferencia su forma de trabajar de los métodos de las grandes firmas?
-Es un producto artesano, como se hacía antes, pero siempre cumpliendo con la normativa de seguridad cosmética certificada por la Agencia Española del Medicamento. Seguimos elaborando a mano nuestros propios extractos. Tenemos más de 200 hectáreas de tierras certificadas ecológicas, donde hacemos una recolección silvestre de 12 plantas mediterráneas, entre ellas el tomillo, rosal silvestre, manzanilla de montaña, salvia de los prados o caléndula. Aprovechamos los recursos endógenos y los complementamos con otros como el aceite de oliva, que forma parte importante de la composición de muchas de nuestras fórmulas. El hecho de ir a buscar la planta, hacer el extracto e incorporarlo en la fórmula nos hace distintos. Solo utilizamos ingredientes naturales y, además, no usamos agua en la formulación, lo que nos permite ser cien por cien bío. No necesitamos conservantes. Además, usamos siempre que podemos productos de Kilómetro 0: productores locales de aceite de oliva, almendras, avellanas, aceites esenciales… Todo lo más cerca que podamos trabajar.
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