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Borrasca Borrasca
EFE/ Mariscal

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Juan Corellano

Parece que la nieve ya comienza a disiparse, lentamente derretirse sobre las calles y techumbres de nuestras ciudades según amaina la tormenta. La borrasca Filomena -ya hablaremos otro día de los barrocos bautismos que practicamos a los temporales- ha teñido de blanco gran parte de nuestro país en lo que, según dicen, eran solo los prolegómenos de una monumental ola de frío que se nos viene encima. 

La incesante lluvia de copos ha dejado colapsados, congelados de la manera más literal, varios puntos de España y más concretamente, como nos han recordado con cansina insistencia, Madrid. 

Sálveme yo de minusvalorar las dimensiones de esta nevada en la capital, inéditas desde hace casi 50 años, o de sus consecuencias para unos servicios sanitarios que no pueden permitirse la pausa ante una pandemia que no da tregua. Tampoco la larga noche de aquellos a los que la nevada dejó atrapados en la calle lejos de sus casas, ni el desamparo de a quienes les pilló en la calle, siendo esta su casa. Y se ha de reconocer también la obviedad de que, al ser la ciudad más poblada, la capital y el punto neurálgico de gran cantidad de medios de transporte, allí los problemas se magnifican y los afectados se multiplican. 

Sin embargo, aún teniendo en cuenta la excepcionalidad de la situación y sus implicaciones, resulta inevitablemente molesto volver a saborear el poder succionador de nuestra capital. Esa irritante dialéctica que sugiere que todo lo que le sucede a Madrid le está sucediendo al mundo, y por ende a todos ha de interesar. Esa sensación de que en España no se descubren los estragos de la nieve hasta que esta no cae en el mismo centro del país. Esa innecesaria necesidad de divulgar la heróica gestión del alcalde José Luis Martínez-Almeida para evitar que Madrid quedase sepultado por la nieve cuando, ni la mayoría de los españoles tienen a Almedia como alcalde ni sus gestiones van más allá de las obligaciones de un cargo al que accedió de manera absolutamente voluntaria. 

Poco importan ya estas cuestiones, pues, como decía, la nieve parece disiparse y la borrasca comienza a amainar. Filomena se desplaza ahora sobre nuestra región y algunas otras en el este. Abandona así el centro del país, probablemente también el de nuestra atención.