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Sueños Sueños
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Elena Gómez

Soy una persona soñadora. A menudo sueño despierta, me imagino en otras tesituras o dibujo líneas temporales alternativas. Son las ensoñaciones de alguien que acostumbra a ver el mundo por la ventana, tal y como decía Ramón Sampedro. Supongo que gracias a ellas mi imaginación siempre ha sido desbordante, y eso me ha ayudado a desarrollar mi actividad actual. Para mí, escribir no es más que plasmar algunos de esos sueños lúcidos.

Pero también sueño dormida, como todo el mundo. Lo hago de una forma vívida y realista, y con frecuencia recuerdo todo el hilo conductor de la historia cuando me despierto. También es una buena herramienta para la literatura.

Pero lo chocante de mis sueños es que en ellos nunca camino en silla de ruedas, sino que lo hago erguida, y me desenvuelvo con mis piernas con mucha naturalidad. Durante las noches en las que duermo profundamente (que por desgracia son muy pocas), corro mil aventuras encarnando diferentes personajes: policía, agente secreto, actriz… y en todas ellas estoy completamente sana.

Dicen que las personas a las que han amputado un miembro, lo siguen notando e incluso les sigue doliendo como si el mismo siguiera ahí. Supongo que lo que me pasa es algo parecido. Lo curioso es que la única experiencia real que tengo en este sentido fueron mis primeros pasos siendo tan sólo un bebé. Y los recuerdos que tengo de aquella etapa no se parecen en nada a mis experiencias oníricas.

No sé si esto le ocurre al resto de personas con diversidad funcional. Todos hemos querido ser en algún momento de nuestra vida algo que no somos, y quizás en mi caso el deseo es tan grande que mi subconsciente me regala de vez en cuando estas otras vidas.

No es que quiera ser otra persona, soy muy feliz como estoy. Nunca me he planteado, porque nunca lo sabré, qué habría sido de mí en caso de tener una salud de hierro. Mis circunstancias serían tan diferentes que es imposible plantearse la posibilidad de haber sido más dichosa.

Somos lo que somos gracias a la experiencia de nuestro recorrido vital, y adivinar si las cosas nos habrían ido mejor en caso de haber tomado otros rumbos es imposible, además de poco provechoso. Así que dejaremos el soñar para las noches.