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Las formas del hambre Las formas del hambre

Las formas del hambre

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Raquel Fuertes

Seguramente la primera imagen que les venga a la mente será la del niño africano, con moscas que rondan su cuerpecito sin que pueda siquiera apartarlas. Sus huesos apenas cubiertos de una preciosa piel negra. Y una mirada grande y triste.

Para los que solo conocimos de la Guerra Civil el relato de nuestros abuelos, aquella era la imagen del hambre. Nuestros padres y abuelos nos contaron historias que vivieron en primera persona pero que, sin embargo, nos parecían aún más lejanas que las de esos niños que de vez en cuando asaltaban nuestra conciencia desde las pantallas del confortable primer mundo.

De todos los sueños se despierta. Y nos tocó vivir una pesadilla en la que Cáritas o los bancos de alimentos ya no recibían solo la visita de los invisibles. Nuestro vecino del tercero, el primo del amigo o, quizás, aún más cerca. Descubrimos que el hambre no era algo de países lejanos ni de barrios malditos ni de esos a los que evitamos mirar para seguir adelante sin darle vueltas a nuestra conciencia. El hambre se acercó a nosotros y cuando parecía que levantábamos cabeza llegó el innombrable creador de olas de muerte y rutinas en vaivén de desescaladas. Así se instaló esta nueva crisis de la que desconocemos casi todo y que no nos gusta nada.

Y, transversal a estas formas de hambre, asociadas a pobreza e insolidaridad, está la otra: el hambre como enfermedad.  Venía de lejos, pero en los 90 se empezó a hablar de los trastornos alimentarios y, como solemos hacer con lo que no conocemos, simplificamos: algunas jóvenes de entonces queríamos tener cuerpo de top model y decidimos no comer. La delgadez como tortura. Puro esnobismo.

¿O no? Estos trastornos esconden una complejidad tal que requieren de la máxima atención. De hecho, leí (y lo creo) que la anorexia es la única enfermedad mental que, como tal, puede matar. Una forma de suicidio lento que puede convertirse en inevitable, propia de personalidades perfeccionistas y con cuadros clínicos, como decía, muy complejos. Hoy leía el hilo de una madre que no consigue atención médica para su hija mientras ve cómo día a día, kilo a kilo, la vida se le escapa. ¿De verdad vamos a convertir en un lujo tratar estas enfermedades? No podemos dejarles morir ante nuestros ojos. Nadie elige ese infierno. Y sé de lo que hablo.