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Pequeñas venganzas

Hace unos años me invitaron a un congreso de periodismo en Castejón de Sos. Fue una experiencia muy interesante porque, además de un grupo de periodistas ‘locales’, por allí se pasaron referentes de la profesión. Unos en la cresta de la ola y otros un poquito pasados ya, pero con cosas interesantes que contar.

Los organizadores me pidieron al día siguiente que llevara a Zaragoza, de camino a Teruel, a uno de los ponentes, un periodista veterano que lo había sido todo en la prensa escrita y que ahora se dedica a los ‘digitales’ después de verse afectado por un ERE en el periódico más leído de este país.

Entre Castejón y Zaragoza hay como dos horas y media de viaje, así que hubo tiempo para charlar de lo divino y de lo humano. De la situación del periodismo, de los EREs que están alejando de las redacciones a las firmas más veteranas, del futuro de los medios online o de algunas cosas que se habían dicho en las charlas del día anterior.

¿He dicho charlar en el párrafo de arriba? Perdón, corrijo. Hubo tiempo para que ese periodista, que para mí era un referente, hiciera largos y tediosos monólogos donde la palabra YO sobresalía en cada frase.

Se atrevió incluso a poner en duda la capacidad profesional de gente a la que yo admiro. De un periodista que hoy por hoy es referente del periodismo comprometido, que se ha jugado la vida en decenas de conflictos armados, dijo que no sabía escribir.

Media hora antes de llegar a Zaragoza, después de dos horas de preguntar solo yo y de aguantar sus monólogos, decidí callarme. Comprobé que solo le interesaba su vida, su periodismo y sus batallas. No se molestó ni en preguntar, aunque solo fuera una vez, por cómo nos iban las cosas en el periodismo de provincias.

Cuando lo dejé en la estación del AVE abrí mi teléfono, conecté mi Twitter y dejé de seguirle. Esa fue mi primera venganza. La segunda es esta columna que nunca leerá, porque aquel día me demostró que todo lo que no fuera él, no le interesaba nada. Y eso que es periodista.